Lo que está sucediendo estos días en Ecuador -un país que apenas cinco años antes era uno de los más pacíficos de la zona- es ... un experimento social en donde se pone a prueba la tesis del filósofo Thomas Hobbes (1588-1679), autor de una de las obras más influyentes en la historia de la política, 'Leviatán', que toma el nombre de una bestia todopoderosa que aparece en la Biblia. Hobbes planteó la tesis de que los ciudadanos consentimos en colaborar y a vivir en paz porque se crea un contrato social entre los gobernados y los gobernantes; los primeros ceden el poder a los segundos a cambio de que el Estado (el Leviatán) garantice que los que incumplen las normas (robar, asesinar, etc.) serán convenientemente castigados. De igual modo, es deber del Estado, una vez conseguida la seguridad y la paz, crear las condiciones en las que puedan prosperar el comercio, la ciencia y la cultura, en suma, el escenario para la prosperidad de los gobernados. Hobbes dice que así cada ciudadano persigue su propio interés, pero al obrar de este modo, el interés de cada uno coincide con el interés de todos. Anteriormente al contrato social la gente vivía en un «estado natural» (el hombre sin freno alguno para abusar de los otros), en el que la vida era «solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta».
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Las noticias que publica LAS PROVINCIAS desde Ecuador nos devuelven al mundo del «estado natural» en un experimento real. Las mafias de los narcos infiltradas en el país desde los poderosos cárteles mejicanos, enojadas por las medidas planteadas por el nuevo presidente para combatirlas, han dicho que «con la mafia no se juega» y han desatado una auténtica guerra contra el Estado, matando en vivo a un funcionario de prisiones -su cuerpo balanceándose en una soga al fondo- mientras en televisión amenazaban con hacer del país un infierno. Los robos, incendios y asesinatos se suceden sin que la llamada del presidente al ejército haya podido revertir la situación cuando escribo estas líneas. «En las cárceles de Ecuador, los narcotraficantes tienen las llaves de sus celdas. Organizan fiestas, montan piscinas (...) Y además diseñan y dirigen sus negocios delictivos», informa Gómez Peña. El nuevo presidente quería acabar con esto, y los narcos han dicho que ni hablar, que antes destruyen el país, lo que efectivamente están haciendo. El problema fundamental radica en que las mafias se han infiltrado en la policía, en la política y en el ejército. ¿Qué hacer en ese «estado natural» donde triunfa el criminal y los derechos fundamentales de los ciudadanos son una quimera? El Leviatán ha desaparecido y los asesinos campan a sus anchas, como Hobbes escribió siglos atrás.
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