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Sánchez había hecho un tour muy eficaz en programas de gran audiencia televisiva antes de celebrar el debate con el líder del PP. Los periodistas, ... que generalmente son mordaces en sus entrevistas, no olvidaron que estaban frente a un presidente del gobierno de España, y le dejaron explicarse todo lo que quiso, aunque las respuestas muchas veces sorteaban el sentido último de la pregunta, o sea, que salían por la tangente. Pero una entrevista tiene esas reglas: frente al arte de preguntar está la virtud de decir lo que se quiere, y es el espectador el que tiene que juzgar en qué medida el entrevistado está siendo sincero o guardando sus intereses. Ahora bien, el debate del lunes pasado fue otra historia, porque el aspirante a la Moncloa no estuvo dispuesto a rendirle pleitesía alguna. En el proceso de lamerse las heridas, leo que los asesores de Sánchez se mostraron sorprendidos por el «debate embarrado» que propuso Feijóo. Quizás esperaban que se comportara como Pablo Motos o Carlos Alsina, que se limitaron a verle escapar de aguas turbulentas con gesto de «hombre de estado» y explicaciones periféricas al meollo del asunto. Y entonces comprendo lo que sucedió: los asesores de Sánchez fueron víctimas del narcisismo de su presidente, y pensaron que nadie podría batirle. Si hay algo en que coinciden todos los comentaristas políticos (lo digan explícita o implícitamente) es que Pedro Sánchez está encantado de conocerse, que se considera un político excepcional, y que hará lo posible para que los españoles no pierdan la oportunidad de seguir teniéndole como presidente.

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