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El caso del 'Tuvi', que se juzgó esta semana en la Ciudad de la Justicia de Valencia, y acerca del cual Belén Hernández ha ido escribiendo crónicas magníficas en LAS PROVINCIAS, ha sido muy interesante por varias razones, pero antes déjenme que les informe de ... lo esencial. El asesino, amparándose en una amistad que (aparentemente) compartía con la víctima (la joven Wafaa), la llevó a un recinto de una finca familiar donde se encontraba un pozo. Allí, según mi criterio y de acuerdo con las pruebas practicadas, realizó una serie de acciones violentas dirigidas hacia la víctima. Primero la agredió sexualmente; con posterioridad, desnuda, y con los brazos atados, le disparó en varias ocasiones con un rifle de balines; a continuación la acuchilló tres veces; posteriormente tapó por completo su cabeza con cinta de embalar y, finalmente, todavía viva, fue arrojada al pozo, lo que le ocasionó nuevas lesiones hasta quedar depositada en el fondo, donde finalmente murió.
La primera nota llamativa es que el acusado ha intentado demostrar en sus declaraciones que estaba mentalmente limitado como consecuencia de un accidente de tráfico en el año 2015 y que le produjo una serie de lesiones cerebrales que, a juicio de su defensa, le provocaron un cambio en su personalidad consistente en ser alguien mucho más irritable y con una gran dificultad para controlar los impulsos. Y así (como señaló con humor el acusador de parte Juan Carlos Navarro) su forma de hablar recordaba a Forrest Gump, el célebre personaje interpretado por Tom Hanks en el cine, una de las imposturas más flagrantes que he presenciado en un tribunal.
Porque el segundo aspecto a considerar es que, justamente, el tipo de crimen cometido por el acusado niega por completo esa ausencia de autocontrol. No hacía falta que el tribunal del jurado escuchara una conversación telefónica en la que el Tuvi confesaba que todo lo que hacía lo tenía muy bien pensado y planificado. Si repasan los atroces actos que infligió, de manera reflexiva y tomándose su tiempo a la joven desafortunada, encontrarán una sinfonía de sadismo, y este requiere de tiempo, puesto que lo que desea el sádico es que la víctima sufra de modo intenso y prolongado.
Así que, frente a la defensa de la minusvalía mental y emocional como producto de un daño cerebral, la realidad de lo que hizo le confronta de modo inexcusable frente a su impostura, y afirma sin ambages la naturaleza de su personalidad criminal: homicida y sádica. Que esté pendiente de ser juzgado por el homicidio de otra mujer lo sitúa potencialmente en el umbral del asesinato en serie. La pantomima no le servirá, estoy seguro, cuando el jurado emita su veredicto en unos días.
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