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La última encuesta del CIS deja todavía más a la clase política por lo suelos, ese es el resultado crudo, más allá de lo que la 'cocina' del inefable Sr. Tezanos haya podido contribuir al debate de quién sube o quién baja, o de cómo ... hayan de interpretarse las responsabilidades políticas de la DANA (la encuesta se realizó en la primera semana de noviembre). Repito: los españoles suspenden intensamente a los políticos que nos representan en el parlamento nacional. Sánchez, que es el mejor valorado, no llega a un mísero 4. Y, para más inri, en cuanto a los principales problemas que existen en España, los españoles señalan en primer lugar a la clase política en general, alcanzando un 23,8%, seguido por el problema de la vivienda y la economía. En resumen, el mundo al revés: aquellos a los que les pagamos el sueldo para que nos solucionen los problemas pasan a ser el problema más grave. Se mire por donde se mire, eso no tiene ningún sentido.
Este fenómeno (que solo va a empeorar con la polarización que impera ahora en el mundo, especialmente a partir de que Trump tome el mando en el próximo enero) no tiene ni pies ni cabeza. Tirarse los trastos continuamente, buscar la zancadilla al rival por encima de sumar esfuerzos hacia metas que son realmente necesarias es suicida para la salud de la democracia, y la negación rotunda de toda la experiencia del pasado en términos de gobernanza de los pueblos. Decía el gran escritor norteamericano David Foster-Wallace que el marco mental por defecto del ciudadano occidental en muchos casos se podía describir como el propio del que cree que la existencia gira en torno a él, es decir, una suerte de miopía narcisista, y que la educación más excelsa tenía como misión enseñarnos a elegir qué cosas deberían ser objeto de nuestro pensamiento y cómo pensar sobre ellas. Como parte de esta misión pedagógica, concluía Foster-Wallace, se debería enseñar a prestar atención, a ser plenamente conscientes de la realidad cotidiana que conforma la vida, porque es en esa cotidianeidad donde suelen suceder las cosas más importantes, la materia prima del tejido de la vida. Pienso en ello cuando, con excepciones, compruebo que la clase política está a degüello sobre las culpas de la DANA, y el destrozo infinito solo sirve ahora como el fondo de una escenografía distópica del 'auténtico' problema: qué partido sale mejor parado de esta tragedia. Esta desconexión profunda entre lo que angustia a la gente (como no tener un sitio donde vivir), esas cosas tan obvias, y lo que realmente mueve la dinámica de los partidos (son el centro del universo) es lo que debilita a la democracia y la deja a los pies de Putin, Orban y compañía.
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