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El último libro del escritor y psicólogo Jonathan Haidt se titula 'La generación ansiosa: Cómo la gran reprogramación de la infancia está causando una epidemia ... de enfermedad mental' (todavía no está traducido; lo será en breve, como otras obras de este autor). Su tesis puede resumirse en lo siguiente: la llegada de las redes sociales a los ordenadores, pero sobre todo a los teléfonos inteligentes, ha causado un incremento sin precedentes en los problemas mentales que padecen los preadolescentes y jóvenes, tal y como se puede constatar a través de rigurosos estudios realizados en los últimos 10 años. En particular, son los síntomas de ansiedad y de depresión los que están minándolos, afectándolos de un modo que es mucho más severo de lo que se ha podido demostrar como consecuencia de un uso excesivo de la televisión o los videojuegos.
Estos efectos perniciosos provendrían de tres fuentes. La primera es el uso excesivo, lo que en muchos casos crea problemas de adicción, además de influir negativamente en la capacidad de atención de los chicos, en sus patrones de sueño y, como consecuencia, en su rendimiento escolar. La segunda es el tipo de actividad que se desarrolla en las redes sociales (especialmente las chicas), a causa de la comparación entre los jóvenes de acuerdo con determinados estándares de apariencia y formas de vivir. La tercera es la posibilidad de que los niños sean objeto de abuso por la acción de adultos depravados que se creen impunes por estar protegidos por el anonimato, algo que, por desgracia, muchas veces resulta ser cierto, a pesar del importante desarrollo en ciberinvestigación que han experimentado las policías en los últimos años.
La recomendación de Haidt es firme: los jóvenes no deberían tener un 'smartphone' hasta que no cumplieran los 16 años, porque, en su opinión, darles antes acceso a los teléfonos supone una grave irresponsabilidad por el peligro demostrado que conllevan. Haidt distingue entre internet y las redes sociales. Él no ve nada malo en el uso de internet supervisado en un ordenador escolar o familiar como herramienta educativa, pero otra cosa son las redes sociales, que en muchos casos esclaviza a sus usuarios, con otra consecuencia indeseable: su mayor aislamiento, su creciente incapacidad para vivir 'en tiempo real' y presencialmente las relaciones sociales que tan importantes son en su salud mental. Añádase a esto que las compañías que albergan estas redes están interesadas en aumentar este impacto, por razones económicas. Haidt pide una ley que establezca ese límite de edad, y nos avisa de que el cambio pernicioso en el desarrollo del cerebro de muchos jóvenes es una realidad, no una inquietante posibilidad.
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