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Hubo un tiempo que una sentencia condenatoria por agresión sexual, como la que ha recibido Donald Trump el pasado martes, hubiera acabado con la vida ... política de cualquier aspirante a tenerla o a seguir en ella. En el caso del inefable expresidente, parece que los juicios y las posibles condenas producen el efecto contrario, porque contribuye a tenerlo en los titulares todos los días y alimenta su imagen del ser un 'perseguido' por los cazadores de brujas de Washington. De este modo, el hombre que dijera que a él le gustaba «coger a las mujeres por sus genitales», como quedó registrado y emitido en un programa de televisión, y que tiene pendiente el juicio de la actriz exporno por pagar su silencio con dinero de la campaña presidencial, parece que está al margen de todo efecto que hasta ahora lleva demostrado el movimiento 'Metoo'.
En España, hace unos años se supo que una integrante de Podemos contaba con todo el apoyo de su partido para competir en las listas lectores, debido a que la condena de 30 años de prisión por su complicidad en el asesinato de un hombre que supuestamente la había violado ya se había cumplido, y que, además, la acción (según dijeron sus defensores) no fue sino la respuesta al hecho de que había sido violada. Había cumplido su deuda con la sociedad, y por ello estaba del todo legitimada para presentarse a unas elecciones.
No estoy comparando ambos casos; un mundo les separa. El tema que quiero plantear es qué estamos dispuestos a pasar y qué no en la relación de los candidatos a puestos políticos con la justicia, porque el asunto está lejos de ser sencillo. Así, la reciente reforma del delito de malversación, producto del pacto del gobierno con ERC con el objetivo expreso de rebajar las condenas de los ya convictos de este delito, puso a las claras que el interés político podía sortear los rigores de una moralidad intachable si esto convenía a quien hacía la propuesta. Habría así dos tipos de delincuentes, unos 'malos' y otros 'buenos', en este último caso porque se entendía que no robaba el dinero para su propio bolsillo.
Desde esta perspectiva, el apoyo a Trump a pesar de (o quizás gracias a) sus líos con la justicia no nos pueden sorprender tanto. Trump (que viene de familia rica y era un matón en la escuela) es el defensor de los 'blancos pobres', y que Dios les conserve la vista. Así que sus delitos o son pecadillos o están inventados. La miembro de Podemos ayudó a matar a un hombre, pero tenía una buena razón para ello. Los malversadores 'buenos' roban, sí, pero no son realmente delincuentes. Al margen de la posible condena, los efectos de la justicia dependen en buena medida de aquellos de la sociedad que la valoran.
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