La primera lección tiene que ver con los jóvenes. Ha sido unánime la celebración de la solidaridad mostrada por ellos desde el día siguiente de la riada, cuando muchos de los profesionales del rescate aún estaban esperando órdenes para movilizarse. Esa imagen de chicos y ... chicas cruzando el puente a pie con cepillos y cubos es, sin duda, una de las grandes imágenes de esta tragedia. Para mi no ha sido ninguna sorpresa, quizás porque durante muchos años los trato en las aulas. Los jóvenes son generosos cuando ven que su ayuda es necesaria. Otra cosa es que en la vida cotidiana expresemos quejas o lamentemos ciertas cosas que desearíamos que no fueran habituales, pero cuando lo hacemos no es tanto su culpa como del modo en como los educamos. El ejemplo más obvio es el uso de las redes sociales. Muchos padres se desesperan porque se pierden en una realidad virtual que les absorben un tiempo valioso para otras cosas. Pero ellos no han inventado el 'smartphone' ni nada del fabuloso negocio que lo respalda. O cuando les acusamos de no esforzarse y llevar una existencia regalada. Si eso ocurre, es culpa nuestra.

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La segunda lección es la ya proclamada a los cuatro vientos por este periódico y casi todo el mundo: los políticos no han estado a la altura del desastre, ni en su prevención ni en su respuesta. El daño que esta inacción trajo consigo en términos de vidas y de angustia colectiva ha sido enorme, pero si hablamos de la convivencia y de la cohesión social también ha sido muy grande. Si los ciudadanos no pueden confiar en que los dirigentes dispongan de la diligencia debida ante la llegada de una catástrofe inminente, ¿cómo podemos pedirles que confíen en el sistema? Muchos de nosotros, en mayor o menor medida, nos hemos resignado a que las cosas no acaben de funcionar como deberían; a que las sesiones parlamentarias sean un espectáculo lamentable, a que se ponga por encima el interés del partido sobre el interés general. Pero esto ha sido otra cosa. Carlos Pajuelo escribió el miércoles en LP que existe desde hace diez años un proyecto redactado por el Colegio de Ingenieros de Caminos de la CV para evitar que el barranco del Poyo se inundase. Cuando la falta de visión de los políticos causa tragedias nos damos cuenta de hasta qué punto la mediocridad puede matar. La tercera lección es que esta herida en nuestra tierra no va a cicatrizar fácilmente, y por ello algo bueno deberíamos sacar de ella, algo que nos deje, como pueblo, con más energía y recursos para enfrentarnos a momentos muy difíciles, pero también para que se nos respete como nos merecemos: la gente capaz es la que tiene que dirigirnos. El resto vaya saliendo, por favor.

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