Mis compañeros de la sección de Opinión ya han dado cumplida reseña del 'caso Errejón', y yo no quiero insistir en el particular, sino hacer una reflexión un poco más amplia, acerca del por qué hay tantos políticos, sobre todo en el ámbito autonómico y ... nacional, que llevan una máscara (o varias) que oculta sus verdaderas intenciones, que no son otras que tocar poder y vivir de las regalías del cargo público. No son todos, es evidente; hay un número indeterminado que cumple de modo ejemplar, y esto es más cierto en la administración local, donde es más difícil el ocultamiento de la personalidad real. La primera de estas razones es que el ejercicio de la política es un escenario perfecto para aquellos que aspiran a llegar con rapidez a un puesto que confiere muchos beneficios y no exige una particular cualificación ni haber logrado nada significativo en la vida. Basta con tener dotes de manipulación y relacionarse con la gente adecuada, y en pocos años puedes llegar muy alto.
Publicidad
La segunda razón es que los partidos políticos no ejercen ningún tipo de filtro acerca de la integridad moral de los candidatos, salvo que haya sido manifiesto un pasado delictivo o que estos queden contaminados por algún escándalo de los que quitan votos. Como en las empresas donde dominan los responsables que solo se preocupan de obtener beneficios y que no reparan en escrúpulos morales de ninguna clase ni con los trabajadores ni con los ciudadanos a los que se dirige el negocio, los partidos políticos solo buscan gente con 'carisma' que les proporcione visibilidad y votos. Para ello el candidato debe mostrar que sabe leer lo que pide el pueblo pero, al mismo tiempo, dar la impresión de que va a dejarse la piel en satisfacer esas necesidades. Digo «dar la impresión» porque esta es la clave: que pueda engañar con éxito, no que resuelva tales necesidades.
Que la práctica política ofrezca este perfecto maridaje entre lo que exige para respaldar a un candidato y las habilidades que poseen los tipos sin conciencia ni moral, que encuentran su modo de ser idóneo en el continuo cambio de máscaras o rostros públicos, es la principal tragedia de la democracia. Que en estos tiempos difíciles no podamos aspirar a que los políticos procedan del vivero de las personas que, aunque ambiciosas, deseen hacer un trabajo en pos del bien común, es una consecuencia de ese proceso deteriorado que da acceso al poder. Errejón es solo un caso más, si bien muy gráfico, que ilustra la triste realidad de que puedes pasarte la vida engañando a todo el mundo con tal de vivir del cuento y llegar al poder. Que la gente de su espectro político lo supiera y se callara no hace sino confirmar esta práctica lamentable.
Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.