Los dos valencianistas que han aprovechado su luna de miel para protestar ante la casa del mayor accionista del Valencia, Peter Lim, se han encontrado con una desagradable sorpresa. Resulta que en Singapur no sale gratis la libertad de expresión, y menos si el objetivo ... de la crítica es alguien de peso debido a su gran fortuna. Menos mal que el contenido de esa pegatina y pancarta que exhibieron en el domicilio del magnate era muy discreto («Lin out», es decir, «Lin fuera»); la reacción, no obstante, desde la privilegiada Europa nos parece alucinante: les han prohibido salir del país (arruinando así su plan de viajes de novios) mientras se tramita la respuesta legal.
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Es de suponer que cuando se publique esta columna (el viernes) el asunto ya se habrá solventado, probablemente con una multa, pero sea cual fuere la sanción impuesta, este acontecimiento nos debe hacer recordar algo que la mayoría de la gente que vive en el mundo democrático (Europa, Estados Unidos, Reino Unido, Australia, y con muchas reservas Latinoamérica) olvida con mucha frecuencia: las democracias plenas son una excepción, no la norma. Se quejaba Fran Guaita en el programa de la cadena SER para Valencia que se emite por las tardes que «era una vergüenza que en pleno siglo XXI existan países donde no se respeta la libertad de expresión», sin embargo, este es justamente el meollo del asunto: en pleno siglo XXI estos derechos fundamentales que damos por descontados y no sabemos apreciar son la excepción antes que la norma.
Peter Lim está matando lentamente al Valencia, todos lo sabemos. Su desprecio por lo que significa este club para todos sus seguidores es más que manifiesto; para él es solo un negocio que le ha salido regular dentro de otros muchos, y del que (supongo) todavía espera sacar tajada. Que este billonario no haya tenido un poco de cintura ante esta tímida protesta de dos aficionados de 'su' club es un detalle muy significativo de su personalidad. Cualquier otro dirigente con un mínimo respeto ante 'su' propiedad o, si se prefiere, con un vestigio de vergüenza ante el grave daño que está ocasionando a la afición valencianista con su horrenda gestión, hubiera dejado correr el asunto. Podría haberse dicho: «Estoy haciendo cada temporada un club más pequeño, obligado a jugar la liga del descenso, así que esto es normal». Pero, lejos de esto, esta acción es de una mezquindad que produce sonrojo: el todopoderoso Lim humilla a toda la afición valenciana por medio de una pareja de novios que han querido acercarle la indignación que sentimos todos. Pues bien, esa protesta debería ser ahora más intensa que nunca. Que nos oiga bien desde un Mestalla que no le perdona.
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