Esta semana se cumplen 25 años del estreno de la película 'El show de Truman', interpretada por Jim Carrey y dirigida por Peter Weir (director ... de, entre otras, las muy interesantes 'Último testigo', 'La costa de los mosquitos' y 'El club de los poetas muertos'). Fue todo un éxito, como seguro recordará la mayoría de mis lectores, pero más allá de sus valores artísticos lo que la hace particularmente relevante en el imaginario popular es su innegable vigencia, su asombrosa capacidad de advertirnos acerca de lo que muy poco después iba a ser una seña de identidad de nuestra modernidad. Me refiero, como resulta evidente, a la crítica profunda que albergaba acerca de la venta de la vida privada como espectáculo para consumo de las masas, lo que en este cuarto de siglo pasado se ha materializado en interminables 'realities' que han inundado nuestros televisores, ya sea en casas, islas desiertas o cualesquiera otros pintorescos lugares donde podamos ser testigos de las vidas ajenas.
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Ese afán voyeur por la vida de los otros se ha extendido de forma masiva gracias también a las redes sociales, en las que millones de personas suben a la red imágenes o videos de fragmentos de sus vidas, lo que, francamente, me produce siempre consternación o sonrojo, más allá de la exigencia informativa o de divulgación sobre actividades profesionales que interesa promocionar. Porque, de verdad, ¿cuál es el interés de poner al alcance de todos un vídeo sobre el cumpleaños? Me refiero a la gente 'normal', porque comprendo que los famosos expongan su vida para seguir gozando de su estatus, considerando muchas veces que no pueden ofrecer nada más que estampas de su vida cotidiana.
Pero en la película había otra carga de profundidad. Como recordarán, todo en la existencia de Truman era puro artificio, ya que este era el protagonista principal e involuntario de un programa de televisión, por lo que cada cosa que le pasaba acontecía en un gigantesco plató al dictado del guion diseñado por los productores. Su vida era una pura y descomunal mentira, y es este mensaje de que la gente se conforma con la mentira, sin que le importe la veracidad de los hechos, la que nos sacude hoy en día con especial virulencia. Truman no era libre porque no tenía conocimiento real de las cosas, y es que la libertad sin conocimiento no existe; sin ese saber lo que queda es la manipulación. La conclusión: quienes prefieren creerse las mentiras porque así viven sin pensar están a un paso de ser meros títeres de quienes escriben persiguiendo sus intereses. Truman al final se rebela, y ese punto de esperanza convierte a la película en un espectáculo amargo pero al fin enriquecedor.
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