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El miércoles un joven saltó la valla de un instituto de secundaria en Xirivella y entró en un aula para saludar a un amigo. En ... el aula se estaba preparando un examen. Hasta aquí, este comportamiento, aunque desconcertante, no es grave. Lo que pasó después fue mucho peor: cuando la profesora amonestó al chaval por irrumpir de ese modo en la clase, este se dedicó a darle patadas y puñetazos, hasta que dos de sus compañeros lo sujetaron. Por desgracia, estos comportamientos son recurrentes, y no parece que, salvo a los profesores, conciten la suficiente alarma como para hacer algo al respecto. Todos se echan las manos a la cabeza cuando aparece una encuesta en la que se constatan opiniones machistas en los alumnos, pero en cambio las conductas violentas de estos en las aulas o en el contexto del colegio, aunque se califiquen de «lamentables», no parecen ser un gran problema.
Yo, la verdad, no acabo de entenderlo. Estos y otros actos de violencia en jóvenes de doce o trece años son un precursor muy nítido de un futuro de fracaso y delincuencia. Es decir, de una vida adulta donde la nota dominante será la incompetencia social, con síntomas como el abuso del alcohol o las drogas, frecuentes accidentes de tráfico, el desempleo, la violencia contra la pareja y otros actos delictivos. Tengo para mí que la razón de esta inacción crónica de las autoridades (sin que importe el partido que gobierne) radica en que no saben muy bien qué hacer y no se toman la molestia de averiguarlo. Una pena, porque muchos de los problemas que como sociedad afrontamos en cada generación son el resultado, en buena medida, de desatender a ese colectivo de niños y adolescentes que tienen esas reacciones violentas.
Lo normal es que, si se tiene doce años o más, se incoe un expediente en el juzgado de menores y se le imponga una medida como los trabajos en beneficio de la comunidad, y punto. Nada se hará con él para mejorar su capacidad de autocontrol o darle herramientas que le ayuden a su desarrollo moral y social, y mucho menos se intervendrá en su familia. Son esos miles de jóvenes violentos y en vías de fracaso, que muchas veces no llegan a fiscalía de menores porque nadie denuncia o no son identificados, el gran problema de la seguridad ciudadana y los costes sociales del mañana. Estos críos tendrán hijos a los que no querrán o podrán educar bien; tenderán a buscar a chicas sumisas, muchas de ellas madres también con muchas carencias socioafectivas. Se crea un ciclo recurrente. Las escuelas no pueden hacer más con lo que tienen. Pero a nadie parece preocuparle. No es algo que pueda solucionarse con una obra. Hace falta ambición por mejorar la sociedad mirando al futuro. Casi nada.
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