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Miren, en plena resaca del asunto Vinicius y con el inmisericorde proceso electoral en su recta final (¿para cuándo una reducción del tiempo y del ... dinero que esto conlleva sin ningún beneficio?), déjenme que les hable de Harrison Ford. Saben que la semana pasada nuestro Indiana no pudo contener unas lágrimas cuando, a sus ochenta años, vio pasar «toda una vida» -según dijo- en la pantalla del suntuoso cinema de Cannes donde fue homenajeado. Está claro que se había ganado esa Palma de Oro (especial) del jurado en recompensa a toda esa vida que, en efecto, ha compartido con la nuestra en esos cuarenta años que van desde Blade Runner (1982) hasta su última y quinta entrega de Indiana Jones, que se estrena este verano.
Porque los que tienen cincuenta en adelante y han disfrutado del cine (donde me incluyo de sobra), no podemos recordar esos tiempos sin tener en nuestra retina al bueno de Harrison Ford haciéndonos disfrutar con un cine comercial hecho con gran dignidad: como Hans Solo, como cazador de replicantes, como policía entre los amish, como presidente defendiendo el AirForce One, como el analista de la CIA Jack Ryan, y... por supuesto, como Indiana Jones, su más perenne e icónica creación; un papel que bastaría por sí solo para que ocupara un lugar destacado en la historia del cine.
Con esas lágrimas de Indy lloro yo también por esos años pasados, porque mi vida se ha ido con la suya, pero también lloro por ese gran cine que buscaba entretener al público con mucho arte y sin necesidad de utilizar la ultraviolencia o los efectos especiales como protagonista fundamental de la película. En todas sus grandes interpretaciones lo que importaba era el grado de veracidad que imprimía a sus personajes dentro de una historia bien construida y narrada. Créanme, ese es el cine que hoy en día no tenemos, y con Clint Eastwood retirado, quedan muy pocos que puedan hacerlo.
Ha dicho Indy que está feliz con sus ochenta años; que cada día se alegra de estar vivo y poder hacer lo que le gusta. Preguntado por cuestiones sesudas sobre algunas de sus películas, dijo que él se limitaba a ir al set y rodar, que esas disquisiciones las dejaba para los críticos. Qué grande. El poder de Harrison Ford está en que es un tipo con el que todos nos identificamos: la imagen de un hombre íntegro y moderamente inteligente que saca fuerzas de flaqueza para superar los peligros de las diferentes vidas que interpreta, siempre fiel a su conciencia. Ese es un logro extraordinario en medio de tanto actor subido a la parra que los espectadores sabemos reconocer. Y así, sus lágrimas son las nuestras; y nos gustaría creer que también nos hemos ganado el premio de una buena conciencia.
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