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Cuesta de entender. Porque los precios de las cosas suben, bajan, vuelven a subir, se estabilizan un tiempo, suben de nuevo, bajan algo, fluctúan, encuentras ... alguna oferta, quizás pillas esporádicas sorpresas favorables... Delante de las estanterías de un supermercado lo comprobamos fácilmente: esto, que había subido, ha bajado un poco; aquello que llevaba un tiempo tranquilo, sube de nuevo; la leche se ha moderado, dicen que el arroz subirá otra vez, los últimos melocotones están caros pero al menos están ricos; ya no quedan melones, ni caros ni baratos; las naranjas del hemisferio sur son caras, gordas y preciosas, pero no valen nada, hacen gusto de rancias y están semisecas, mejor llevarse las primeras clementinas locales, hasta más económicas... Pero lo del aceite de oliva es de récord. No para de subir. Igual lleva más de veinte meses subiendo y se ha puesto a precios prohibitivos. No hay derecho, esto no puede seguir así, escuchas comentar delante de una extensa gama de botellas de aceite de todos los formatos, precios y calidades, con un denominador común: precios disparatados en comparación con lo que era acostumbrado; incluso con lo que cabía esperar a raíz de las subidas generales.
Cuesta de entender y cuesta de explicar, porque se trata de un alimento básico que encima se ha ido asimilando como sinónimo de salud, y cuando su consumo se generaliza viene esta crisis inesperada para la población consumidora y desligada de los orígenes de las cosas, por lo que cuesta asimilar el porqué no pasa con el aceite de oliva como con otros alimentos, que fluctúan, y aunque a la larga acaban asentando subidas notables, no ocurre como en este caso, cuando se encadenan sólo encarecimientos.
Asi que cuando intentas consolar a la señora de al lado, que se lamenta con razón de a cómo está el litro (9, 10, 11, 12, 13... euros), ves que no hay manera, que no habrá aceptación de explicaciones, porque ni siquiera tú le pones la fuerza necesaria, convencido también de que son precios insoportables. Te acoges a la viejísima fórmula de la oferta y la demanda, que es lo que es, claro, para indicar con timidez: es que no hay aceite, y cuando no hay de algo pasa esto, que sube y sube. Ya, pero, es que se ha puesto imposible, advierte la señora, apelando en el fondo a que hay una necesidad básica que al final no se podrá satisfacer. Que hagan algo, viene a decir con el gesto. Es que no llueve, recuerdas, y por eso hay poco aceite. Maldita lluvia, exclama. Y tú piensas, sin decirlo, pues aún hay algo de suerte, porque, caro, pero queda algo. Parecerá paradójico pero sin agua no hay aceite. Lo perdemos de vista. Los alimentos crecen con agua. De lluvia o de riego. Y si el agua es escasa, hay poco aceite y se pone a precio de lujo.
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