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Valencia disfruta -no todos- de sus Fallas más multitudinarias, y entre la multitud que arremolina su aparente felicidad en calles y plazas, y la que está por llegar, abundan pequeñas multitudes incívicas, cada vez más numerosas e incivilizadas, que rompen y ensucian lo que pillan, ... unas veces camufladas en la masa, otras haciéndose masa, en ocasiones sin importarles que les miren, que les digan, que les afeen, con total descaro, respondiendo con su inventado derecho a ensuciar, a mear donde les plazca.
Después de la fiesta vendrá la evaluación de daños que suma el Ayuntamiento, la cuenta millonaria que crece de año en año, a restar de los supuestos beneficios colectivos que se derivan de la avalancha, turística o no, y sin contar las molestias intangibles, que no hay manera de tasar ni medir.
A fin de evitar males mayores, el Ayuntamiento ha vallado edificios históricos, para que no se acerquen los vándalos que anden sueltos. Vándalos es como les denominamos hoy en día, aunque, por lo que dicen hoy los historiadores, no tendría sentido aplicarles el nombre de aquel pueblo germánico, porque quizá no era tan bruto como se le suponía. Quizá mejor llamarles bárbaros, o salvajes, a quienes se empeñan en mear sobre las piedras más nobles, porque no saben, no conocen, o peor aún, lo hacen a sabiendas. Orinan donde les place, contra un muro que es Patrimonio de la Humanidad, sobre la pared de cualquier casa, al arrimo de portales habitados, o en medio de la plaza; qué más da, ¿no somos libres?, ¿no pagamos para que limpien?, ¿no son Fallas? También defecan. Sí, sí, se va extendiendo: se arriman a un rincón, a veces les hacen corro, y allí dejan el regalo. Un amigo juró que no volvía a pisar Valencia en Fallas tras llevarse media caca en la suela de un zapato, y no era de perro. A los perros les fichan por su ADN, para multar a los dueños si la autoridad pilla un 'pastel' prohibido en la acera. ¿Y si el recuerdo maloliente es humano?
Todo lo que puede hacer la autoridad es vallar las piedras nobles para que los salvajes no se acerquen, que se acaban acercando a la mínima; y de paso avisan que las multas pueden ser de hasta 750 euros. Si les pillan, si tienen para que les cobren, si no son insolventes, si no es que alegan flojedad extrema de esfínteres.
Hubo un tiempo con carteles callejeros que decían; «Se prohíbe hacer aguas menores y mayores». Sutilezas para no decir mear y cagar, que es lo que impera hoy en la ciudad en fiestas mayores. Como siglos atrás: «¡Agua vaaaa!». O ni eso, sin avisar. Vamos hacia atrás, con las generaciones más preparadas de la historia. Eso dicen.
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