Tenía que renovar el pasaporte y no sabía el procedimiento actual. Con la generalizada digitalización y la extendida cita previa, que se ha quedado para siempre tras la pandemia, suponía que ya no sería cuestión de acudir de primeras a la ventanilla, como hace años. ... Será todo digital, ya verás, con lo que temí perderme en los dichosos vericuetos que tantas veces nos marean.
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Decidí probar, a ver si sonaba la flauta, y pregunté al omnisciente google por el móvil: ¿Qué hay que hacer para sacar el pasaporte en España? Y enseguida respondió con una web y un teléfono: 060.
Elegí llamar a ese teléfono. Eran las 6:30 de la tarde. Respondió una voz mecánica, programada, con lo que se acrecentaron los temores. Ya verás, repensé.
Tras saludar amigablemente y darme la bienvenida, la máquina preguntó si se trataba del DNI o del pasaporte. Pasaporte, dije. Teclee su código postal, pidió, y a continuación concretó la ubicación de tres comisarías de Policía cercanas al mismo para que eligiera una. Elegí la de la calle Hospital de Valencia, por la facilidad de acceso con metro hasta la estación de Ángel Guimerá, casi al lado. Finalmente, la máquina concluyó que la primera cita que tenía disponible para tal sitio era al día siguiente a las 9:36. ¿Acepta?, preguntó, o algo así. Como le dije que vale, gracias, insistió: diga sí o no. Claro, sólo es una máquina, hay que ir a lo más concreto: sí. ¿Desea que le enviemos un mensaje por teléfono para reafirmar la cita? Y así lo hizo. Maravillas del querer.
Pero aún no se había desbordado mi capacidad de asombro. Poco antes de la hora ya estaba allí. En una de las máquinas dispuestas hay que teclear el número de DNI y te da un número interno de cita. Siéntate y mira a la pantalla. No pasaron ni cuatro minutos cuando salió mi código y el puesto de atención asignado.
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En la sala, una veintena larga de policías atendiendo: su DNI, una foto, 30 euros, firme aquí, ponga el dedo índice, gírelo despacio, ahora el de la izquierda... ya está. Ahora espere en la mesa 20 y le llamarán para entregarle el pasaporte.
No puede ser, pensé con unos restos de suspicacia, no sé si lo vamos a poder resistir, con tanta amabilidad; no nos tienen acostumbrados. Pues sí, no habían pasado veinte minutos y ya estaba en la calle con mi pasaporte. Más maravilla.
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Hay que felicitar a quien haya dispuesto todo esto con tanta eficacia, empezando por mi amiga la máquina y ese pequeño ejército de agentes que, en los minutos que estuve allí, vi que atendían con vocación de ayudar a quienes no sabían desenvolverse bien o les faltaba algún requisito, facilitando las cosas a niños, mayores y despistados. Que aprendan quienes aún están en la bobilandia del vuelva usted mañana.
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