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El 17 de mayo, día de su santo, don Pascual se olvidaba de que era lectivo y lo destinaba a actividades extraescolares, como se dice ... hoy: juegos y excursión al cercano barranco Carraixet, que para los mazalbetes era como adentrarse en las selvas del Orinoco.
Entre juegos y meriendas a la sombra de árboles y cañares, el maestro nos hablaba del barranco y del riesgo de barrancadas si llovía mucho allá a lo lejos, en la Sierra Calderona, por Náquera, Serra, Olocau... De manera que lo que se planteaba como día festivo, por su onomástica, lo convertía sabiamente en una jornada aleccionadora, en la que captaba con mayor ahínco nuestra atención.
De esta manera, todos quedábamos sabedores de que el barranco podía -puede- traer barrancadas, y como enlazábamos aquellas charlas con las historias que escuchábamos en casa a los mayores, teníamos -tenemos- muy presente lo que puede ocurrir y lo que deberíamos hacer en caso de peligro: ponernos a salvo subiendo a pisos altos y 'andanes'. Padres, tíos, abuelos y vecinos contaban a menudo lo ocurrido en octubre del 57, y lo de septiembre del 49, y referían ocasiones anteriores que les contaron sus mayores; incluso las veces en que el Carraixet estuvo a punto de salirse y todo quedó en un susto, cuando ya habían subido a las cambras colchones y comida, por si acaso.
Aquella cultura de vivir tranquilos pero avisados y atentos casi se ha extinguido. Solo pequeñas porciones de la población actual conoce lo que tiene o puede acontecer a su alrededor. Bien porque no nacieron donde viven y quizá tampoco sus padres, o simplemente porque se cortó la espontánea cadena formativa de transmisión de conocimientos a ras de suelo. A cambio, se espera que haya alguien pendiente de avisar, cuando a la hora de la verdad no ocurre con la necesaria eficacia, como tenemos sufrido.
Así lo ha señalado el Premio Jaime I de Protección del Medio Ambiente, Sergio Vicente-Serrano, al advertir que «hemos perdido la percepción del riesgo» ante fenómenos habituales como la dana, así como que «es paradójico» que, conforme las sociedades son más desarrolladas, «se van haciendo más vulnerables a eventos meteorológicos extremos». Y ha puesto como ejemplo que las sociedades tradicionales agrarias «vivían con esto, eran muy conscientes», y no construían en lugares de riesgo».
Sin embargo, entre los esfuerzos actuales de reconstrucción, aunque se mencionan estos aspectos de concienciación, no se ven decisiones para corregir cuanto antes tal carencia. Por cierto, Sergio Vicente-Serrano también ha dicho que «no podemos asociar cada evento que se produce al cambio climático, como se está haciendo actualmente».
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