Cuando éramos niños y en la montaña no había chalets ni fábricas en el llano, el camino era un pequeño barranco que evacuaba barrancadas cuando llovía fuerte, cada dos o tres otoños, y quedaba imposible. Luego lo iban reconvirtiendo en media calzada potable para pasar ... a tientas con carro, tractor o camión, porque, de los campos aledaños, cada agricultor se encargaba de echar piedras sobrantes que tapaban pozas y baches; hasta que se repetía una nueva avenida, y vuelta a empezar.
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Aquel pequeño barranco iba a desaguar a otro más grande y en su trayecto quedaban estelas de grandes charcos, improvisados estanques que a veces duraban meses y dejaban claro dónde estaban las zonas más bajas. Sobre las piedras de aquel desagüe natural de la sierra extendieron asfalto y lo convirtieron en carretera para florecientes urbanizaciones. Luego se multiplicaron las fábricas y naves industriales más abajo y entre medias construyeron el by-pass, tan necesario, que sin querer actúa de barrera, como cualquier otra obra de este tipo.
Los desagües son ahora tuberías que cruzan aquí y allá y por los destrozos ocasionados en fábricas y casas tienen un papel muy insuficiente. La historia se repite una y otra vez. Es posible que en los cálculos de ingeniería se tenga en cuenta la pluviometría pero no que esa cantidad o más pueda caer alguna vez en pocas horas. En la autovía de Madrid, al cruzar el cauce de la rambla del Poyo se ve bien el ejemplo. El viejo puente de la antiquísima carretera, que permanece en pie, es más alto que la calzada moderna, que se ha visto inundada por la enorme riada, claro; con el agravante de que la misma autovía ha hecho de dique y ha encauzado parte de la avenida a través del adyacente polígono del Oliveral y sucesivos parques empresariales, sembrando la catástrofe. La otra mitad ha seguido por el otro lado de la autovía, donde el barranco se va difuminando y en tiempos de paz apenas es una acequia, no como ahora, cuando, impetuoso, ha tirado al frente hasta embarrar el moderno centro comercial de Bonaire, para espanto de todos. Esto no había pasado nunca, es la frase preferida, tan repetida. Y es verdad. Cuando veíamos de pequeños un lago pluvial donde está Bonaire y sus aledaños no había gran cosa que perderse allí y nadie quedaba atrapado. La zona se llamaba 'Les Basses'. El agua pasaba de campo a campo, a lo sumo tumbaba algún ribazo o embarraba algunas acequias que luego se limpiaban, y nadie decía que esto no había pasado nunca, porque se sabía que siempre pasó. Faltaba construir polígonos, casas, centros comerciales y autovías sin tener en cuenta por dónde desaguar la gran riada que algún día se presenta.
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