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En la lengua catalana que nos llega hablada del Madrid más o menos oficial, Carlos lo traducen como CarlAs, Pedro es PerA, Jaume es ChaumA y Carmen pasa a ser CarmA, como los agentes policiales de los Mossos se quedan en MossUs y los trenes ... de cercanías son de rUdaliAs, en vez de rodalies.
Es decir, que se han inventado el asunto y han echado a rodar unas reglas que unos lucen y los siguientes copian con mayor exageración, quizás pensando que con tal imitación aparentan lo que no es y se congracian con no se sabe qué destinatarios. Porque, la verdad, queda bastante ridi para todo el mundo, incluida la ciudadanía catalana que habla el dialecto barceloní, distinguido por pronunciar las vocales o y e de tal manera que parecen acercarse más a u y a.
En realidad no se sabe bien el porqué de este fenómeno, cuál puede ser el motivo de fondo que explique razoblemente que un señor, o una señora, castellanohablante, que sabe de sobra que una e es una e, como una o es una o, tal como lo aprendió y lo escribe, llegado el caso, si se trata de asuntos que tengan que ver con Cataluña, y especialmente con Barcelona -y mira que los hay en estos tiempos-, cambia su pronunciación habitual.
El fundamento más cercano puede estar en que se trata de intentos de parecerse a lo que escuchan, entendiendo -malentendiendo en todo caso- que así debe de ser. Pero es obvio que no. Esto no es el inglés, donde o puede ser u, ni el francés, cuando ai se dice e y eau pasa a ser directamente o. Pero, ahí estamos. Y va a más, para regocijo de quienes se ven plagiados de forma tan exagerada.
De extenderse estas pautas, locutores y presentadores tendrían que aprender a hablar también con los cientos de variables de acentos y pronunciaciones que existen en el mismo castellano/español. Podríamos cecear por costumbre, tratando de parecernos a habitantes de zonas de Córdoba o Sevilla; o sesear, por acercarnos a los de otros lugares andaluces. También cabría que tendiéramos a perder la s final, como en tantos sitios, y la d en los participios, y que juntáramos palabras apocopadas, como ocurre de forma habitual y cotidiana en muchos puntos de España y América. ¿Alguien es capaz de entender al milímetro a un gaditano que hable algo deprisa de cuestiones locales? ¿O a un argentino en igual situación? Y, sin embargo, a nadie se le ocurre simular su habla por que sí, sino tratar de entenderle y hacerse entender.
A la entrada de un pueblo de Córdoba, hace años, habían pintado en una pared esta inscripción: 'capancaladelamejó'. Nos costó captar lo que anunciaba. Resulta que vendían 'cal para encalar, de la mejor'. Con toda la gracia del mundo, pero no era para copiarlo.
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