Era por estas fechas, a mediados de los ochenta. Me despertaron de madrugada voces y ruidos en la calle. Salí a ver y había mucha gente alarmada. «Que diuen que ve el barranc», advertían sobresaltados. Unos sacaban los coches de sus garajes, otros hacían lo ... contrario; algunos intentaban subir los suyos sobre tablones y ladrillos apilados. Nerviosismo total. El barranco era -es- el Carraixet, cuyos desastrosos desbordamientos estaban vivos en los pueblos de l'Horta Nord. Hoy sería otra cosa, porque el último en el 57, junto a la riada Turia, y el recuerdo de su capacidad para sembrar ruina anda bastante olvidada entre la población, por pura lógica: muchos no son nativos y no han tenido ocasión de escuchar las admoniciones de los mayores que sufrieron en sus carnes y haciendas grandes avenidas; otros, ni siquiera han tenido la suerte de que les aleccionaran suficientemente en sus entornos familiares sobre los riesgos ligados a lluvias fuertes y posibles barrancadas. Es curioso, a la crecida del río le llamamos riada, como a la del barranco, barrancada. Ahora se juntan una y otra bajo una denominación común: DANA, que suena rotunda y viene muy bien para los titulares informativos; es corta y va en mayúsculas.
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La cuestión es que aquella madrugada, en medio del sarao que se había montado en la calle, se me ocurrió preguntarle a un vecino mayor por la envergadura del peligro inminente, a lo que me dijo: «Portam a vore el barranc». Fuimos al puente sobre la carretera vieja de Barcelona, donde había algunos vecinos de pueblos de alrededor, atentos a lo mismo. El barranco venía crecido, claro, pero aún le faltaban unos tres metros para coronar las motas. Y aquel vecino experimentado y sabio, que sabía porque le habían transmitido el conocimiento necesario, concluyó: «Ara anem a preguntarli al sereno». Aún había serenos en los pueblos. Vicent se había refugiado de la lluvia en el ayuntamiento. Le preguntó si habían llamado ya a Bétera (aguas arriba del Carraixet) para saber cómo andaba el asunto, y como dijo que no, le pidió que llamara al cuartel de la Guardia Civil, donde el agente de guardia le informó de que allí había dejado de llover, también en Náquera y Serra, y que el caudal estaba bajando. Así que nos fuimos todos a dormir más tranquilos.
A veces todo es cuestión de saber qué está pasando en los pueblos de arriba. Entonces no había Protección Civil, ni se habían creado tantas instancias que hoy tenemos; por ese lado estábamos más desamparados, pero había más eficacia en la visión del entorno. Ahora en cambio, tenemos a tantos mirando por nosotros que tropiezan entre ellos por los pasillos y nos dejan a los de a pie confiados y luego espantados.
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