Es curioso que empresas fabricantes y distribuidoras de alimentos y bebidas aleguen que no están preparadas aún para aplicar dentro de ocho meses la normativa que quiere implantar por fin un sistema de retorno de envases. Porque mira que hace tiempo que llevamos con esto, ... dándole vueltas y más vueltas, para rehuir lo más lógico del mundo, que, por cierto, no será más que lo que hubo antaño, hasta cuando dejó de tomarse en cuenta que la gestión de botellas, botes y latas vacías resultara tan latoso para toda la sociedad.

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Hagamos memoria. Hubo un tiempo en el que no había profusión de supermercados e hipermercados y las esquinas y plazas de ciudades y pueblos estaban pobladas de pequeñas tiendas, ultramarinos, lecherías y bodegas que se repartían, con distintas variaciones, la venta de todo lo que necesitaban las cocinas de las casas. También empezaba a haber tímidos intentos de evolución a más, en lo que entonces se llamaban pomposamente 'autoservicios', que eran tiendas de comestibles, quizá algo más grandes, en las que ya podías elegir y coger directamente de los estantes y se pasaba después por caja. Primer ensayo de lo que luego iría a mayores.

En las lecherías no se vendía solamente leche y hasta finales de los 60 o primeros de los 70 las hubo con producción propia de leche de vaca. Las bodegas no vendían sólo vinos, sino también toda clase de bebidas, como en los demás establecimientos. Y era pauta común que se pagaba por los envases, con lo que había interés en retornarlos a su lugar de origen, una vez consumido su interior, porque valían dinero y no estaba el horno para bollos.

No cabe alegar falta de preparación ante la obligada recogida de envases, porque así lo hacíamos antaño

Cuando te mandaban a por una gaseosa, una cerveza, un litro de vino o cualquier otra cosa, llevabas las correspondientes botellas vacías, que en el argot del momento llamábamos cascos. Por tanto era tarea asumida por todos la de devolver los cascos. Si llevabas a la tienda, bodega o lechería un casco igual que el de cada producto que te llevabas, te cobraban sólo el líquido; si faltaba alguno te subía más la cuenta, igual que si te sobraba alguno, lo descontaban.

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Y, de igual modo, los repartidores del género, que eran los distribuidores del momento, hacían las mismas cuentas con los envases o cascos recogidos tras cada venta, porque a su vez cumplían idéntica obligación al llegar a fábrica. De tal forma que no había más residuos de vidrio que el de las botellas rotas. Era lo más racional del mundo, aunque menos facilón para quienes sólo quieren vender a toda costa sin preocuparse de lo que viene después. Pero no cabe alegar falta de preparación: es tan sencillo, económico y satisfactorio como lo que ya hacíamos antes.

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