Cuentan que ya existen grandes tiendas en las que, de entrada, se le da al cliente la opción de elegir si quiere que le hablen ... o si prefiere realizar su periplo de compras por el establecimiento sin que los dependientes le dirijan la palabra, salvo que él requiera consejo. Serán cosas de América, que es donde son más adelantados en este tipo de asuntos, o quizá ya se esté ensayando más cerca. De todas formas, seguro que no tardará en extenderse por aquí, ya que es una moda que se ve muy cercana a otras tendencias silenciosas que proliferan en paralelo.
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Subes al metro y sólo ves por doquier personas que escudriñan su móvil. Raramente hay alguien que habla con el de al lado. Si acaso, gente más mayor. Antes tampoco se hablaba mucho, pero nos mirábamos, sonreíamos, imaginábamos ocupaciones y destinos.
Entre los jóvenes, la inmensa mayoría apenas mira alrededor. Van a lo suyo: pendientes de la pantallita que les conecta con el mundo; mundos alejados, no el circundante. También se ve cada vez más a gente de edad que maneja su dispositivo con aires circunspectos. Hablar por teléfono, también: cómo estás, qué te han dicho, mira a ver... Pero menos, porque no hay intimidad y el ruido ambiental complica las cosas. Sobre todo se mira la pantalla; pondrán al día mensajes, responderán asuntos pendientes, tirarán a la papelera restos de serie. Algunos leen con atención. Parece claro que el móvil representa un elemento de salvación para escapar del contacto con el desconocido. No me digan nada, parecen indicar por telepatía; como si no estuvieran. Y en esa línea parece ir esa moda de los supermercados que facilita las cosas. El cliente siempre tiene razón, y el cliente moderno quiere silencios donde quiere ir a su rollo; ruidos y griterío ya quedarán para horas de verbenas y otros saraos.
Por lo visto, donde está implantado eso de elegir uno si prefiere charreta o que le dejen en paz, la decisión consiste en escoger uno u otro tipo de carro o cesta para recoger la compra, donde pone algo así como 'me gusta que me hablen', o 'quiero que me aconsejen', o, por el contrario, 'no me digan nada'. Y como los carteles son bien visibles, los empleados de las tiendas ya saben a qué atenerse.
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Es un salto notable, no crean, para librarse de ese dependiente cumplidor que se interesa por ayudar y pregunta qué buscas o qué quieres, cuando a lo peor no sabes aún por dónde tirar y apenas eres capaz de soltar un: «todavía no lo sé, estoy mirando».
Como en la gasolinera. ¿Han logrado pegar la hebra con alguien que está al lado llenando el depósito? Saludas y... silencio total. Será por el que dirán. Te pasa poco; a la próxima, no digas nada.
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