Cada vez que nos martillean con la lista de alimentos que más han subido de precio, no falla, en los puestos de cabeza siempre figuran ... productos como la leche y el aceite de oliva. Luego vienen las frutas y hortalizas, tan socorridas para este ejercicio permanente de comparación, pero en este caso se suele aceptar mejor la salvedad de lo que es de temporada, como la frecuente explicación de que de tal cosa haya menos en un momento dado por cuestiones meteorológicas: sequía, inundaciones, heladas... Sin embargo, con cosas como la leche o el aceite se toma peor que suban. Quizás será por su característica industrial en el proceso de obtención, lo que puede hacer pensar en una mayor estabilidad del suministro y los precios, como si fueran tornillos o bombillas. ¿Por qué ha de dispararse el precio de un tornillo, una bombilla o cosas tan domésticas y previsibles como la leche y el aceite?

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A una señora le preguntaron el otro día en la tele y se explicó así: «No hay derecho, antes la botella de leche me costaba cero y algo y ahora un euro y pico». Fuimos a ver el detalle: el litro que nos costaba 0,85 ha pasado a ser 1,10. O sea, los 85 son «algo» y los 10, un «pico». La diferencia de 25 céntimos significa un 29,41% más. Si dices que ha subido un 29,41% todo el mundo entiende que es una barbaridad, mucho más que si hablas de 25 céntimos a secas. Cada mañana desayuno un vaso de leche fresca; unos 28 céntimos.

Si en las escuelas se explicara el por qué de las cosas más cotidianas, aparte del programa actual, que no lo vamos a desmerecer, otro gallo cantaría. Habría que educar sobre el origen de lo que comemos para que se valore adecuadamente lo que cuestan de obtener los 'combustibles' que quemamos en nuestro organismo, lo que vale que nuestras fuentes de energía nos resulten agradables, sabrosas y saludables, lo barata que nos resulta en realidad la leche. De modo que entonces quizás se valorara de distinta forma lo que nos cuesta lo que ingerimos que no es tanto en comparación con lo demás que compramos. Y se evitarían errores de mucho bulto. Como el de un programa en el que preguntaban a un olivarero qué le pagaban por sus olivas. A euro el kilo, respondió el agricultor. Y el otro concluyó: «¿Qué les parece, le pagan un euro por kilo y luego el litro nos cuesta a cinco o seis euros. Un abuso». Y así quedó. Porque nadie explica hoy en las escuelas, ni en las casas, que para tener un litro de aceite se necesita recoger la materia prima: cinco o seis kilos de olivas, y luego todo el procesamiento necesario, como antes está la inversión y el gasto de cultivar el olivar. Pero quedó en el aire la consigna facilona y engañosa: Un kilo, un euro; un litro, cinco o seis euros. Y a otra cosa.

Habría que enseñar en las escuelas que para un litro de aceite, antes hay que tener cinco o seis kilos de olivas

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