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Las acusaciones de competencia desleal que ha vertido el primer ministro francés contra los agricultores españoles e italianos son infundadas y sólo pueden entenderse, en ... tan alto cargo como el suyo, por su todavía corta trayectoria en el mismo y la urgencia del momento, que le debe de haber llevado a asumir lo primero que había mano para lanzar guiños de complacencia y así tratar de calmar los ánimos de los aguerridos agricultores galos que amenazan con paralizar todo el país.
No cabe que en la Unión Europea haya países con productos fitosanitarios autorizados que no lo estén en otros, por la sencilla razón de que las reglas son comunes, vienen de Bruselas y son para todos. Esto lo debe de saber un jefe de gobierno de cualquiera de los 27 Estados miembros de la UE: las reglas son para todos. Por tanto no cabe que alguien se salga de las mismas, y si lo hace se le hará saber a tiempo, no con el apremio de tener que decir algo que guste a las masas iracundas para calmar la presión. El Gobierno de un país como Francia debe conocer que España cumple y que sus agricultores están sometidos a lo mismo que los franceses, por lo que sus quejas se orientan en iguales direcciones. No cambiemos de horizontes para dar gusto a los más brutos del momento.
La batalla real en esta cuestión está en el frente de los países terceros, donde sí se utilizan a tope todo tipo de productos químicos que quedaron fuera de la circulación en la UE, incluso algunos que desaparecieron aquí hace mucho tiempo. Ahí sí que estriba de verdad una extendida competencia desleal, porque a base de producir con menos costes de todo tipo pueden vender más barato en Europa. De modo que es sorprendente que a estas alturas se crea en Francia, o se haga creer, que la competencia que les llegue de España no sea perfectamente lícita y tenga componentes desleales, y menos aún en el plano fitosanitario. Pero más increíble resulta que el mismo primer ministro, Gabriel Attal, dé por buenas tan destarifadas acusaciones hacia unos socios comunitarios, con tal de congraciarse con quienes utilizan la fuerza, en vez de razonar que lo que no es cierto no lo es y apechugar en todo caso con lo que esté en su cometido estricto y además garantizar la libre circulación.
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