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La multiplicación de percances ocasionados por piaras de jabalíes empieza a encender muy en serio las luces de alarma entre las autoridades. No es lo mismo que se oigan quejas de agricultores porque les destrozan continuamente cultivos y producciones que los cerdos salvajes se conviertan ... ya en importante amenaza para ciudadanos de núcleos urbanos. En la balanza de las sensibilidades oficiales no pesan igual las reiteradas denuncias de profesionales del campo y habitantes de pueblos que la evidencia de que el peligro ya lo tienen encima quienes disponen de la capacidad de decidir medidas de protección.
Mientras el problema se suponga restringido al ámbito rural, tan querido, tan elogiado por todos y a la vez ninguneado en la práctica, las noticias de pérdidas de cosechas y plantaciones por culpa de los animales salvajes pueden mover cierta comprensión, y hasta compasión, amortiguada enseguida por la lejanía, la escasez de votos y la presunción de que tal vez haya demasiado quejica en todo eso. Hasta que de repente se encuentran el problemón delante de casa. Entonces sí que se aprestan a hacer frente al rompecabezas, como sea; y en medio de la desesperación, lo de siempre, llamar al flautista de Hamelín.
En Majadahonda, uno de los municipios más ricos de España, el Ayuntamiento ha contratado a una empresa especializada -se supone- por 604.000 euros anuales para que resuelva la cuestión y les libere de los jabalíes que invaden sus calles y plazas, les labran el césped de sus jardines públicos y privados -¿adónde vamos a ir a parar?- y asustan a niños y mayores. Las televisiones madrileñas muestran imágenes de las piaras por el centro de la población y dan cuenta a diario de la gran inquietud de los vecinos, que se declaran «hartos» y reclaman medidas; la oposición municipal pide cuentas al alcalde y el equipo de gobierno se ha puesto manos a la obra. Vallan parques públicos y propiedades privadas, instalan en los accesos pasos canadienses -barras de hierro horizontales en el suelo- que impiden el paso de los animales y difunden consejos para que los ciudadanos se protejan. Entre ellos, que no les den comida a los jabalíes y que no los traten como mascotas. Porque esa es otra, la fiebre animalista está en alza. En una importante población valenciana, hace un par de meses los concejales se ufanaban de haber rescatado unos jabatos. Luego se harán grandes, les destrozarán los jardines y se plantearán tomar medidas para espantarlos, como ya hacen en otros lugares. Al mismo tiempo se estudia por aquí el vallado de carreteras para evitar accidentes por la irrupción de jabalíes y otros animales. Quizá si hubieran atendido al campo no se habría llegado a tanto.
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