Cada año, a mitad de enero, el veterano presidente de AVA-Asaja, Cristóbal Aguado, convoca a la prensa para realizar un largo resumen de lo ... que ha sido el ejercicio agrario anterior. Análisis pormenorizado que casi siempre tiene un denominador común: la larga crisis que se acentúa. La media de los resultados globales es desalentadora, tendiendo a ruinosa. Y por si alguien lo duda, recuerda evidencias que están a la vista de cualquiera: crece sin parar el abandono de parcelas, dejan de cultivarse campos que fueron vergeles y baja sin cesar la nómina de agricultores que siguen en el empeño. Con una peculiaridad añadida: cada vez son más mayores los que quedan y son menos los jóvenes que siguen los pasos de sus padres; apenas los hay que emprenden de nuevo por su cuenta. ¿Para qué? Lo mismo que en cualquier otra actividad empresarial donde prima el trabajo directo de quien arriesga lo propio, pero en este caso con mayor gravedad. Quien más y quien menos aspira a seguridades a final de mes. Y las encuestas lo ratifican cada vez más.

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Hay sin duda excepciones, que también citó esta vez Aguado. Cultivos (como arroz, kiwis, aguacates, chufas, producciones ecológicas...) que tuvieron el año pasado mejores precios, aunque también con sombras derivadas de la falta de plaguicidas para combatir insectos y hongos que diezman sus cosechas. En todo caso, lo negro supera con mucho a lo blanco, y las diferencias se agrandan.

Frente a ello, el presidente de AVA insiste una y otra vez en reclamar decisiones políticas al máximo nivel que se traduzcan en claras apuestas, con dinero encima de la mesa, para levantar un sector que está enroscándose en una peligrosa espiral de caída libre. «Hace falta un plan de futuro para la agricultura valenciana», dijo. Pero también reconoció que «no nos hacen caso», que priman los oídos sordos, y lamentó el sentimiento de engaño que se ha generalizado en el campo (valenciano, español y europeo) por la actitud de la presidenta europa, Úrsula von der Leyen, «que parecía que nos iba a echar una mano pero ha cambiado».

Da igual cómo se denominen los planes oficiales de recuperación que se echan en falta. Se piden, hasta se anuncian de vez en cuando, pero nunca llegan a plasmarse. Unas veces son libros blancos, otras proyectos grandilocuentes, buenas intenciones, grandes ideas... Al final van cayendo en saco roto, mientras la dinámica de los meses siguientes se enmaraña en otra espiral de renovados problemas e intereses inmediatos que desvían la atención de la idea central que permanece y nunca se toma en serio. Como si no preocupara lo que hay, o como si sólo se tratara de hacer ver y escurrir el bulto.

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Hay, por ejemplo, un reciente plan de reestructuración citrícola que pagó y anunció a bombo y platillo la Conselleria de Agricultura y nunca se ha sabido más. Han pasado sucesivos equipos y prima el silencio. Dinero gastado ¿para qué? Fuese y no hubo nada. Entre tanto, la reconversión pendiente va a su marcha. Los grandes invierten y se hacen más grandes. Los pequeños se esfuman sin capacidad de reacción. Una economía agraria socialmente muy repartida se extingue.

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