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La frasecita es de las que tienen vocación de poner los pelos de punta: poner en valor. Cuidado, que vienen curvas. Cuando alguien la suelta es porque algo quedó devaluado, y entonces se desata una especie de mala conciencia y lanza tan buena intención: «Debemos ... poner en valor...» «Hay que poner en valor...» «Es cuestión de poner en valor...» Juegos florales.

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Ahora se ha puesto de moda para cuestiones demográficas y sus implicaciones agrarias. Lo de la España vacía o vaciada y todo eso, que también son términos que se las traen. Les da pena e insisten en ello. ¿Qué hay que hacer para remediar lo que está en franca decadencia, o incluso levantar lo que ya se perdió? Ponerlo en valor. Un brindis al sol. Y una vez se llega a esta conclusión todo queda aparentemente redondo. ¿Por qué hay pueblos abandonados o en trance de despoblarse? Evidentemente porque allí no hay vida, los jóvenes se van a otros sitios donde pueden ganarse bien el jornal, y así desde siempre, no es de ahora. ¿Qué queda en ellos?, pues lo poco que aún puede resistir con visos de viabilidad. ¿Y qué se ofrece para revitalizar lo que se va muriendo? Banda ancha, comercio electrónico, turismo rural... ¿Ya está? ¿Y de producir qué? Ah, la agricultura, la ganadería, alimentos, los recursos naturales, lo que daba la tierra antaño... Pongámoslo de nuevo en valor, dicen los expertos convocados. Sí, pero ¿cómo?, ¿por dónde se empieza? Plantemos almendros, dice uno; quizá olivos, suelta otro; o vides, que antes se hacía aquí buen vino, apunta un sentimental que recuerda lo que le contó su abuelo. ¿Pero tienen derechos de plantación de vid? ¿Hay agua para regar? ¿No? ¿Y quién se va a poner a ello en plan profesional? ¿Queda alguien? ¿Cuántos?

Unos cuantos entendidos se reunieron recientemente para pegar la hebra sobre la materia y llegaron al sitio habitual: «Hay que poner en valor la tierra que nos dejaron nuestros padres y abuelos». Sin embargo ahí hay un llamativo equívoco de partida; la tierra ya estaba ahí, siempre ha estado. Hubo un tiempo en que la trabajaban para comer de ella, cuando era lo único, todos éramos pobres y con poco bastaba. Luego se abandonó, perdió su función. No había tantos recibos y gastos diarios que atender y la comida aún no florecía en supermercados de cada esquina. Se comía a base de sudor y con poco se aguantaba la casa, la familia... Pero a la menor oportunidad se fueron para aprovecharla. Emigración, comarcas vaciadas, ciudades que siguen creciendo, neourbanitas con sentimiento de culpa que resucitan el viejo término para lo imposible: hay que poner en valor aquella tierra. Sí, pero ¿cómo?, y ¿a quien le endiñan la condena? ¿Por qué la devaluaron?

Queda aparente eso de recuperar tierras que se abandonaron; tiempo después surge el sentimiento de culpa

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