No es un capricho repentino, viene fraguándose desde hace tiempo, este deseo de ser portugués, que debió nacer quizás cuando, de pequeño, admiraba desde la ... lejanía al futbolista Eusebio que capitaneaba aquel Benfica de lujo; se afianzó cuando fui sabiendo más del llamado 'país vecino' y se hizo voluntad absoluta al ir por primera vez a recorrer algunas de sus regiones, repetir en otras y ratificar hasta qué punto es admirable, tan alejado de los falsos tópicos que algunos pueblerinos prodigan desde este lado, productos ciertos del desconocimiento y de un rancio aire vanidoso que se alimenta de la ignorancia.
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Siempre que he estado en Portugal me he sentido muy bien, como en casa, o mejor que en muchos sitios de casa, hasta el punto de que, sin renunciar para nada a la condición de español, se engrandeció el deseo de ser al mismo tiempo portugués. Y no era ni es cuestión, necesariamente, de papeles que acrediten esto o aquello; es decir, de preferir una nacionalidad a la otra o de compartir las dos; basta con sentirlas a la vez por naturaleza, y en apoyo de tal sentimiento está el recuerdo de la historia, cuando los dos países fueron uno, y el gran error histórico que le achacan a Felipe II ilustres defensores de una Iberia unida: si aquel monarca hubiera aprovechado la ocasión para situar la capital en Lisboa, otro gallo cantaría.
En estos días que nos traen grandes sombras y dudas, con el orgullo patrio alicaído y salpicado de inquietudes ante el futuro, renace con más fuerza la admiración hacia Portugal, donde, al mismo tiempo, se están produciendo hechos históricos que se saben resolver con mucho rigor y normalidad. Menuda diferencia. Para empezar, lo nunca visto por aquí, donde no dimite ni un concejal de pueblo pequeño: todo un primer ministro, António Costa, con mayoría absoluta, que dimite ante la mínima sospecha de sombra, por si caso, y anuncia además que no se presentará a nuevas elecciones.
¿Ha habido más o menos corrupción en el Gobierno luso? Siempre está ese riesgo entre las cosas públicas, no seamos incautos, pero lo que más vale es la rapidez y la forma del desenlace y que funcione a la perfección la separación de poderes que facilita que cada escalón acúe según sus competencias y obligaciones. Que las ideas no se corrompan, El poder judicial investiga y saca los colores en determinados escalones del Ejecutivo; el presidente del Gobierno dimite aunque no esté implicado, en principio, pero sí su jefe de gabinete; el presidente de la República lo acepta y activa los mecanismos previstos para ir a nuevas elecciones... Y nadie rechista de nada. Es lo que toca. Y qué admirable el presidente Marcelo Rebelo de Sousa, siempre discreto y señorial.
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