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Estados Unidos ha incrementado los aranceles aduaneros de productos chinos relacionados con automoción, energía y nuevas tecnologías, como coches eléctricos, paneles fotovoltaicos, baterías, semiconductores... Con los coches eléctricos se ha pasado del 25% de arancel al 100%, con la idea clara de frenar la desnbordada ... cifra de importación a base de vender barato. Como los aumentos aduaneros anteriores no sirvieron para contener la política china de ganar mercado a base de precios más bajos que los coches americanos, el Gobierno de Joe Biden ha decidido que el precio de entrada se duplicará con la carga aduanera.
El ejemplo puede valer para todo el mundo, y no sólo con los coches y otros productos industriales; también para las frutas y hortalizas que invaden Europa cada vez más, desplazando y arruinando a los productores locales.
En el fondo hay un problema a medio plazo que no se valora aquí: la rápida destrucción del tejido productivo. Porque sólo se mira el corto plazo: a la mayoría de la población le interesa comer barato, venga de donde venga, por más que se aparente defender otras cosas. A las compañías importadoras y distribuidoras les interesa trabajar con lo que más ganen y los políticos quedan satisfechos si logran contentar al consumidor a base de contener precios, más o menos. Para el agricultor descontento, alguna limosnilla ocasional, y si no le vale, que cierre.
Lo que estamos viviendo y sufriendo se deriva de la pomposa globalización que iba a salvarnos por completo, y lo que acaba de decidir Washington tiene mucha importancia porque cuestiona que la globalización valga siempre y en todos los sentidos. No, si el resultado es destruir el tejido productivo propio para depender por entero de otros, ha dicho Biden.
El presidente norteamericano ha dejado claro que «los trabajadores estadounidenses pueden trabajar y competir mejor que cualquiera siempre que la competencia sea justa; pero durante demasiado tiempo no ha sido así; durante años, el Gobierno chino ha invertido dinero estatal en empresas chinas... y eso no es competencia, es trampa».
Aplíquese el mismo argumento para cualquier producto de cualquier origen. A ver si se enteran en los altos despachos europeos y aparcan la ingenuidad.
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