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Cuando Jaime Lamo de Espinosa fue ministro de Agricultura y España sólo era candidata a entrar en la entonces CEE (hoy Unión Europea), sin que ... nadie pudiera aventurar cuándo se produciría el anhelado ingreso, se reunía con sus colegas de países miembros del envidiado club continental con un objetivo preferente: que el trato en dichos destinos a nuestras frutas, hortalizas y vinos fuera lo más amable posible. España ya era potencia de exportación agraria desde hacía tiempo y líder sobre todo en citricultura, por lo que no podía permitirse perder ventas por cualquier circunstancia, así que buena parte del trabajo ministerial consistía en procurar que se suavizaran tales circunstancias, incluyendo normas especialmente restrictivas, sistemas arancelarios endiablados y también evitar que los envíos diarios de miles de camiones fueran parados e incluso destruidos a veces en carreteras y descampados.
Uno de los objetivos primordiales de dicha atención ministerial era Francia, naturalmente, por ser desde siempre uno de nuestros principales clientes, porque la mayoría de los cargamentos para otros países tienen que atravesar su territorio y porque, precisamente por eso, camiones que transportaban dichas cargas eran atacados con frecuencia por enfurecidos agricultores locales que descargaban así las iras dirigidas a su Gobierno, que en cierta medida se mostraba pasivo y parecía mirar hacia otro lado, quizás para facilitar desahogos y soslayar otros desplantes.
Don Jaime ha contado muchas veces lo sorprendido que se quedó cuando en una ocasión se encontró en París, a las puertas del Ministerio de Agricultura francés, con una dura protesta de agricultores y ganaderos, por lo que, al ser recibido poco después por el ministro galo le comentó con inquietud: «Vaya la que te han montado ahí enfrente», a lo que respondió su colega que aquello no tenía tanta importancia y que a veces convenía dejar que los descontentos se explayaran así durante unas horas.
Uniendo cabos es fácil entender por qué durante tanto tiempo se sufrió el calvario cotidiano de cargamentos españoles destruidos en Francia, mientras camioneros, exportadores y agricultores denunciaban la pasividad policial. Se venía a cumplir lo que aquel ministro advirtió: dejad que protesten. El viejo adagio francés: 'laissez faire, laissez passer' (dejen hacer, dejen pasar).
Creíamos que todo aquello era historia pasada, pero han vuelto los ataques a camiones españoles en Francia, por lo que nos preguntamos más que nunca si ésta es sólo la Europa que exige de todo a los productores pero no pone orden y sentido donde falta.
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