Excelentísimo señor presidente saliente de México, don Andrés Manuel López Obrador: El arriba firmante es español y, como la inmensa mayoría de los españoles, nunca he estado en México, desafortunadamente; tampoco he podido ir a ningún otro país de América; por lo que comprenderá usted ... que me sienta molesto cuando me hace partícipe de responsabilidades históricas que, aun en el remoto y discutible caso de que se hubieran producido como usted acusa, no me alcanzan, no pueden afectarme y resulta ridículo su intento de implicarme, de implicarnos. Tan ridículo como que mis antepasados se quedaron aquí, como yo, a diferencia de lo que hicieron los suyos, evidentemente. Al igual que en el caso de la presidenta electa de México, la Excelentísima señora doña Claudia Sheinbaum, cuyo origen familiar se entronca en tierras búlgaras y lituanas.
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Han retomado ustedes la bandera del odio a España y dicen quienes tienen experiencia en interpretar las claves de este tipo de cosas que tal postura obedece más que nada a razones de distracción política interna. Cuenta el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, que usted le confesó que odia a España y a los españoles, y uno no acaba de abarcar tal sentimiento contra quienes no conoce, mucho menos cuando se basa en cuestiones tan distantes y vaporosas, a estas alturas de la historia. Ni siquiera puedo imaginar que el odio pueda tener sitio entre personas normales, mucho menos si es porque sí, sin avenirse a razones con rigor, y el colmo ya si toma cuerpo entre personas de tan alto rango y responsabilidad.
«Vinieron a colonizarnos», afirma para apuntalar su acusación. ¿Quiénes? ¿Cuándo? ¿Cómo? Y aluden a «los pueblos originarios» como los grandes sacrificados. Pues no, señor, nosotros no, yo menos, y además sabemos todos que las cosas no fueron como dice. Gracias a cómo se desarrollaron entonces, ¡hace medio milenio!, siguen existiendo pueblos originarios. Hernán Cortés y el puñado de aventureros que le acompañaban se aliaron con grupos indígenas que estaban siendo masacrados por los aztecas, el grupo dominante, que sometía a sus vecinos a atrocidades, de las que se liberaron gracias a la ayuda española.
No cabe pedir perdón por lo que uno no ha hecho, ni tampoco sus abuelos . Menos aún el Rey Felipe VI, nuestro Jefe del Estado, porque el Estado somos nosotros y no tenemos que pedir perdón de nada, como tampoco pensamos nunca que nos lo tendrían que pedir fenicios, griegos, romanos (¿qué nos dejaron los romanos?), visigodos, árabes, ni los franceses por lo que se llevaron. Mejor pasar página, aprender de la historia y entendernos.
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