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Joaquín Andreu Esteban
Domingo, 20 de julio 2014, 00:35
Desde el comienzo del cortejo de una de las comparsas más emblemáticas del Bando de la Media Luna se percibió entre los miles de espectadores que se agolparon en las calles de una calurosa tarde que lo que iban a tener delante de sus ojos durante toda una hora de Boato les iba a transportar a un desierto, con todo lo que conlleva.
Como es tradicional en los desfiles de ambos bandos también los abdelazíes cedieron la cabeza del desfile a La Armengola, Almudena Meseguer, en esta ocasión ataviada con un elegante traje de casaca verde, velo del mismo color y traje burdeos, y tras ella, la máxima exponente femenina de las Fiestas de la Reconquista llegó el poderío de la Embajada Mora.
Para los abdelazíes las enormes llanuras de arena y montañas dunares no son una región muerta y a ciencia cierta se encargaron con su puesta en escena de poner de manifiesto que lo es, puesto que en ellos hay lugares para solazarse y el esparcimiento también tiene cabida en ellos. Entre el cúmulo de arena están los oasis como vergeles que se presentan ante la mirada de estos árabes nómadas, curtidos en batallas y periplos con sus monturas sedientas.
Así se encargaron de dejar patente que la arena es para el viajero fatigado lo mismo que la conversación para el amante del silencio, pero que si ese viajero callado y absorto en sus pensamientos, anhelante por llegar a un remanso de sosiego, abandona la aridez del desierto, adentrándose en un oasis, disfrutará, como en un sueño, de mil placeres.
La Comparsa Moros Abdelazíes lo consiguió y tras abrir el cortejo las banderas moras de esta comparsa que se caracteriza por sus túnicas negras y oro, y sus turbantes blancos, empezaron a desplegar todo un espectáculo visual que levantó desde el final de la calle Aragón aplausos por parte de unos espectadores que quedaron hechizados del embrujo de baliarinas arropadas por la música de grandes formaciones musicales de la provincia como la unión Musical de Petrer o la de Villena.
La música fue otra de las notas que envolvió de sones árabes a todos aquellos absortos en no perder detalle y con estas y otras formaciones musicales, muchas compuestas de gran número de intérpretes dejaron un Boato que se centró en las carrozas y la danza.
La primera de ellas fue la que se encargó de llevar a la cantera de esta comparsa, con niños ataviados con los tonos blanquinegros abdelazíes, lo que demuestra que la savia nueva tiene un futuro esplendoroso. A esta le siguió todo un cúmulo de filas femeninas con unas cabos que condujeron con maestría a unas mujeres elegantemente vestidas, algunas con trajes azules y oro, y otras con espectaculares capas de plumas, vestidos anaranjados y velos en similar color.
A la carroza infantil le siguió el primero de los números musicales, que se prodigaron en la noche mora, con la presentación de un ballet de estrellas brillantes que se acompasaron a la música de timbales, con bailarinas a gran altura sobre las cabezas de los espectadores en plataformas con formas de estrellas, emulando lo que ve un árabe en el reposo de un oasis, cuando la calma y el fresco permite la tregua de los guerreros y las narraciones cogen el relevo de los alfanjes.
Tras este espectáculo llegaron más filas femeninas, con trajes blancos y negros y otros de un azul tan oscuro como la nocturnidad del desierto.
Tampoco faltaron el mejor compañero de correrías de los hombres del desierto, los caballos, y cuatro ejemplares de soberbio porte sirvieron de enlace al Boato para dar paso a diversas filas masculinas, todas ellas con su indumentaria clásica consolidada con el paso de los años y que distingue cualquier desfile abdelazí, blanco en turbante y saya y capa negra. A ellos le siguió otra coreografía con la simulación de una grandiosa palmera donde las hojas verdes eran baliarinas y la arena también, tan movedizas como los granos del desierto, con otras danzarinas a pie de calle.
El grueso del desfile lo aportó la carroza de las favoritas del Embajador, subidas en una que emuló una cascada de aguas cristalinas y blancas de manantiales que brotan en los oasis y el caballo del Embajador, un corcel árabe blanco. Al final y como es tradicional llegó el máximo exponente del Bando Moro, José Miguel Hernández, sobre otra que era un oasis blanco, con su guardia de escolta cerrando un Boato Moro que desplegó música y danza a raudales.
Desierto, dunas, palmeras y todo tipo de reminiscencias árabes fueron la nota dominante del Boato Moro que presentó la Comparsa Moros Abdelazíes para honrar a su Embajador, José Miguel Hernández Zaragoza, que gozó de todo el acompañamiento de sus compañeros festeros en su salida por las calles de Orihuela en el que fue el último de los desfiles de Moros y Cristianos de los que salpican desde hace cuatro décadas la capital de la Vega Baja.
Los abdelazíes lucieron todo el esplendor de sus filas en la presentación de todo un vergel que vino acompañado de un gran poderío musical y excelentes números de danza.
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