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El Cristo de Zalamea por encima de las cabezas de los miembros de la hermandad.
Silencio metálico al paso del Zalamea

Silencio metálico al paso del Zalamea

La hermandad penitencial pone el colofón con su sobriedad a las procesiones oriolanas de Domingo de Ramos

Joaquín Andreu Esteban

Lunes, 21 de marzo 2016, 01:13

Luz tenue, sonido sordo de tambores acompasado al metálico del paso del crucifijo, capirotes y capa negros sobre túnica blanca. Hasta que estos signos que idenfican a la Hermandad del Santísimo Cristo de Zalamea y María Santísima del Consuelo no se ven en las calles oriolanas la noche de Domingo de Ramos no termina. Son seña de identidad de ese día y su salida en estación de penitencia desde el Monasterio de San Juan hasta el Santuario de Monserrate sobrecoge tanto a quienes la han visto desde que salió en procesión a finales de los años sesenta como a aquellos que la contemplan por vez primera.

Su silencio impone tanto como el paso quedo de sus nazarenos sobre todo en los momentos iniciales a la salida del edificio que ocupan las Hermanas Clarisas. La luz se queda dentro de la nave de la iglesia y el Cristo de Zalamea busca el portalón a hombros de los cofrades. Son escasos metros los que se cruzan por el callejón de Tintoreros hasta embocar en el Paseo de Calvo Sotelo. Siempre sin prisa porque por delante va la Cofradía del Santísimo Cristo de La Flagelación y hasta que el último de sus nazarenos no sale del Museo de Semana Santa los capirotes negros no se mueven.

En esta ocasión al cortejo se sumaron nazarenos de la Hermandad de Nuestra Señora de las Angustias y el Santísimo Cristo de los Agobiados como a la inversa ocurrió el Viernes de Dolores. El hermanamiento entre ambas entidades pasionales tuvo lugar el día antes ya que cumplen este año el intento de formación conjunta que no fructificó. Así la hermandad del Camino de Cartagena llevó su estandarte de los Siete Dolores de la Virgen y este estuvo a la par del llevado por Paulina Soler, que fue presidenta del Cristo de Zalamea, que comparte honores con otro integrante de la hermandad, Joaquín Lacal.

El olor denso al humo de velones sujetos firmes sobre las caderas de los penitentes envuelve a quienes se apiñan en las aceras al comienzo de la procesión, acaso el mejor lugar para verla junto con su entrada a Monserrate cruzando la imagen casi a solas el Rabaloche. Llegará pero antes lo hará el otro paso de la hermandad, María Santísima del Consuelo, una talla del siglo XVIII de la que se desconoce su autoría pero que se atribuye a Roque López sobre un sobrio trono con medallones y pequeñas capillas. Lo llevan costaleras y desde el año pasado cuentan con el acompañamiento musical de la obra compuesta por Antonio Bailén y nuevos candelabros. Pegado sale el Cristo de Zalamea, imagen del siglo XVII que se atribuye a Nicolás de Bussy.

Entre Bussy y Salzillo

Precisamente sobre la autoría de la talla disertó el pasado día 9 el historiador Mariano Cecilia quien desecha la firma del estrasburgués Nicolás de Bussy. Cecilia realizó un análisis comparativo de la obra que custodian las Clarisas con dos crucificados del autor de La Diablesa. Uno fue el Cristo de la Sangre de Murcia y el otro el lorquino de La Misericordia, desaparecido durante la Guerra Civil. Así habló de que el oriolano carece de la policromía propia del taller de Bussy y de rasgos como la perforación del tímpano con el que el escultor imitaba el oido humano.

El historiador considera que la autoría es de Salzillo al guardar similitudes con piezas del murciano como la presentación del Cristo en vista frontal, turgente anatomía, el sudario entre las piernas, la cabeza vencida con el cabello recogido tras la nuca y los pies ensartados por un solo clavo, entre otros rasgos. Asimismo recordó la estrecha relación de Salzillo con los franciscanos y que tanto el Convento de Santa Ana como el de San Juan de la Penitencia oriolanos dependen de la provincia de la orden en Cartagena. Así entiende que este hecho hizo que el imaginero realizara muchas obras para las Clarisas con motivo de la construcción del nuevo convento en el que incluye al Cristo de Zalamea como uno de los elementos de su ornamentación interior.

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