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Fernando Amat
Sábado, 4 de junio 2016, 00:52
Veinticuatro días de espera para regar y la acequia llega con un hilo de agua. Los regantes de Callosa de Segura clamaron ayer al cielo por la falta del caudal que les corresponde como derecho ancestral. Los agricultores culpan al Ministerio de Medio Ambiente «por vender 25 hectómetros de agua del Segura por diez millones de euros en el pantano de Ojós». Por este motivo consideran que se ha llegado a esta situación, donde la acequia callosina se nutra de aguas terciarias procedentes de la depuradora para que los huertos de melones y de maíz no se sequen antes de tiempo.
La acequia mayor que parte desde Orihuela no ha llevado agua en días y hoy se acaba el derecho de riego para los agricultores del municipio, que en principio, es de doce días. Más que un riego a manta los huertos se encharcaban con un hilo de agua depurada que circulaba por los bancales más cercanos a Catral. Los regantes sufren por las inversiones que se han quedado pendientes de que se negocie un 'quiebro', que es la forma de regar los huertos a los que el agua del Segura no ha llegado por su curso habitual.
El Juzgado Privativo de Aguas de Callosa acusa al Ministerio de «vender 25 hectómetros cuadrados de agua para los regantes del trasvase cuando aquí no tenemos ni agua para nosotros». Esta tanda era crucial para sacar adelante los cultivos de melones, maíz y alfalfa. En condiciones normales «las plantas morirán porque no reciben agua hasta dentro de veinticuatro días», exclaman los afectados, que aseguran que el próximo turno de riego no servirá para nada porque la temporada habrá acabado.
Para sacar adelante la inversión prevista el juzgado callosino ha echado mano de las aguas de la depuradora que se cobran a 20 euros la hora. Una solución de emergencia porque regantes como José María Moreno tienen que devolver los plantones de melones al no disponer de líquido para que la planta enraíce sobre el terreno. No obstante, el gasto va más allá al contar con el abono, los plásticos y demás necesidades de este tipo de cultivos, que incrementan unas pérdidas cuantiosas. «Si llego a saberlo no me meto en esto porque no es justo que nos quiten el agua que nos pertenece», comenta el afectado mientras mira con paciencia el surco de agua que no llega a mojar las siete tahúllas de su pequeña explotación.
La desesperación lleva a los agricultores sexagenarios a tener que regar a mano cada planta, «tendré que ir planta con planta para que no se marchiten». Sobre las tandas de riego procedentes de los pozos de sequía no se quejan de la calidad ni de su salinidad, solo que no se prevea este tipo de infortunios.
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