Una de las grandes paradojas a las que se ha visto empujada Disney en su ambición por trasladar sus clásicos de animación al mundo de la acción real es el uso y el abuso de la animación en 3D. Tiene sentido. Difícilmente uno podría contar la historia de Dumbo si no es con el elefante de marras convertido en un monigote poligonal. Lo que cabe preguntarse entonces es si ese salto a medias merece la pena cuando, precisamente, lo que hacía a aquellos largometrajes tan especiales es la creación de mundos llenos de personalidad a partir de unos cuantos lápices y pinturas. Para la compañía del ratón Mickey la respuesta está en la taquilla. La versión digital de 'El rey león', estrenada en 2019, amasó más de 1.600 millones de dólares en todo el planeta, mientras que 'Mufasa: El rey león', estrenada en diciembre del pasado año, lleva por el momento más de 716 millones de dólares. No todas han funcionado igual de bien, pero mientras haya posibilidad de exprimir una antigua franquicia y reflotarla de cara a los nuevos espectadores, ahí estarán los grandes estudios, sin excepción.
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Y ahora le toca el turno al musical 'Blancanieves', que llega este viernes a la cartelera. Dirigida por Marc Webb, responsable de las dos primeras películas de Andrew Garfield como el asombroso Spider-Man y de '(500) días juntos', el viaje de la película para llegar hasta aquí no ha sido lo que se dice fácil. Disney dio en 2016 luz verde al proyecto, una producción cuyo libreto correría a cargo de Erin Cressida Wilson. Y aunque cinco años más tarde se anunció que Greta Gerwig, responsable de la exitosa 'Barbie', coescribiría el guion, su nombre, finalmente, no figura en los créditos de una película que a lo largo de su desarrollo ha vivido varias polémicas.
La primera protagonizada por los de siempre que, en pleno siglo XXI, no entienden que una actriz de origen colombiano como Rachel Zegler pueda dar vida a la protagonista del filme. La segunda a cuenta de los siete enanitos que forman parte importante de la historia. En 2023, se filtró una imagen del rodaje en la que se veía a Zegler acompañada por un séquito de seis hombres, uno de ellos con acondroplasia, y una mujer, todos ellos de diferentes etnias. Era una aproximación arriesgada y original, pero alguien en Disney no lo debió ver con buenos ojos y volvieron a la mesa de trabajo para convertir a Sabio, Gruñón, Feliz, Dormilón, Tímido, Mocoso y Mudito en personajes digitales que imitan el aspecto que tenían en la cinta de animación. Por cierto, solo uno de los siete actores que ponen las voces a los enanitos es acondroplásico, Martin Klebban. Lo dicho: acción real a medias.
De hecho, la película comienza con un simpático erizo digital -todos los animales que salen en la película lo son- subiéndose a un gran libro blanco y haciendo un guiño al espectador. Acto seguido el tomo se abre y una voz en off comienza a relatar la leyenda de la princesa Blancanieves, una niña que nació en una noche de copiosa nieve y que creció rodeada del amor de sus bondadosos padres y de un pueblo que los veneraba por su sentido de la justicia y la solidaridad. El primer número musical, de los varios que acontecen a lo largo de la historia, expresa el júbilo y la alegría de un gentío que comparte y contribuye al bien común. Colores pastel y coreografías correctas, sin más, en este espejismo de felicidad antes de que la realidad se torne fría y gris.
Porque la tragedia aún estaba por llegar: la reina murió y el rey y la princesa se quedaron solos hasta que un buen día una hechicera venida de tierras lejanas, a la que da vida una brillante y disfrutona Gal Gadot, encandiló al rey. Tras la boda, la madrastra envió a su esposo a batallar por los dominios del sur. Jamás regresaría. La reina malvada se hizo con un ejército de acólitos y el control del reino y convirtió a la princesa Blancanieves en una mera sirvienta. Mientras ella acumulaba un sinfín de riquezas, el pueblo, sometido, languidecía.
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Es en ese punto donde arranca esta fiel adaptación de la célebre película animada de 1937, a su vez basada en un cuento de los hermanos Grimm. Una traslación que sigue casi punto por punto la trama de la película original. ¿Las grandes diferencias? Por un lado, Blancanieves ya no es un personaje plano y pasivo, al contrario. Varias veces tiene que enfrentarse a las malvadas huestes de la reina y lo hace como una heroína que busca recuperar el liderazgo que tuvo su padre. Por el otro, el otrora príncipe es aquí Jonathan (Andrew Burnap), el líder de un grupo de bandidos donde por cierto está George Appleby, un actor con acondroplasia -menudo cacao parece tener Disney en la cabeza-, que añora al rey y lucha por destronar a la reina malvada, al tiempo que, cual Robin Hood, roba para dárselo a los pobres.
Ambos se conocerán dentro de palacio, cuando haciendo los suelos Blancanieves le pille robando patatas para alimentar a los suyos. Pese a los intentos de la princesa por apelar a la compasión de su madrastra, Jonathan es condenado a morir de frío, pero Blancanieves lo liberará. Será entonces cuando la voz detrás del espejo mágico al que la madrastra acostumbra a preguntar quién es la más bella del reino le conteste esta vez que Blancanieves. Desde ese momento, la reina malvada se la tendrá jurada.
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A partir de ahí, la joven se verá obligada a escapar y a recomponerse. La película recorre entonces la trama, los escenarios -ojo a los decorados, con bastante menos CGI del que cabría esperar, pero con un punto artificial a menudo ridículo- y un vestuario que a veces parece sacado de un concurso de cosplay sobre el filme original. Ahí están el bosque, la cabaña, los enanitos, la manzana envenenada y, sí, el beso con el que el chico vuelve a despertar y a salvar a la princesa. Por el camino, se recuperan canciones míticas como 'Ay ho' o 'Silbando al trabajar', al tiempo que suenan nuevos temas de corte más moderno -ninguna de ellas memorable- en una cinta que trata fundamentalmente de la sempiterna lucha entre el bien y el mal pero que también toca temas como la importancia de unirse cuando vienen mal dadas y que carga contra los prejuicios que no nos dejan ver al otro como es.
Así las cosas, 'Blancanieves' es una revisión correcta, pero también un tanto plana y esteril, que sigue demasiado a pies juntillas los pasos de la cinta original y que en su traslación a la acción real, como ocurre con casi todas estas adaptaciones de Disney, pierde inevitablemente esa magia tan difícil de explicar de la propuesta en la que se mira. Para colmo de males, la cinta ha tenido la mala fortuna de estrenarse cerca de 'Wicked', una película que, pese a sus fallos, rezuma bastante más personalidad.
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