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Un fotograma de 'Tardes de soledad'.

'Tardes de soledad', la belleza del horror

El enfant terrible del cine nacional, Albert Serra, afronta un reto difícil: reflexionar sobre la tauromaquia a través de la imagen

Jueves, 6 de marzo 2025, 23:36

Albert Serra, un cineasta con discurso y con ganas de buscar las cosquillas a quien se deje, sabe cómo irritar a sus detractores a la hora de dar titulares en entrevistas. Su obra despierta filias y fobias y su persona genera debate. Empujar a la reflexión desde la crispación forma parte del ADN del artífice de premiados títulos como 'Pacifiction' o 'Historia de mi muerte'. Afrontar un proyecto documental sobre un tema que polariza a la sociedad española, el toreo, es un paso más en su necesidad de experimentar visualmente, plantearse interrogantes, no necesariamente con una respuesta, y agitar el patio de butacas. Sus películas son difíciles para el gran público y 'Tardes de soledad' no iba a ser menos. Tras su paso por varios festivales de peso, el filme ha dado de qué hablar y ha sufrido algún que otro boicot al tratar un tema tan candente (menos de lo esperado). La lectura de las imágenes, explícitas cuando el animal carga contra el matador, puede ser a favor o en contra de lo que acontece en las plazas de toros según el interés de la propia audiencia. Cada cual barre para donde le interesa, según su pensamiento crítico, si es que lo tiene y necesita emplearlo. Aparcar nuestra ideología frente a este tipo de propuestas es harto complicado (aquí no valen las puntuaciones en internet). Si es un arte, o no, a Serra no le importa demasiado porque su interés es captar la esencia de un espectáculo donde corre la sangre y puede entenderse como un circo diabólico o una ceremonia monumental.

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La mayor virtud de 'Tardes de soledad' es la elección de un equipo técnico excepcional, porque las mejores escenas se las encontró la cámara porque estaba ahí, con un operador detrás que sabía lo que hacía. El montaje también es vital. Horas y horas de trabajo, como el propio Serra suele contar en entrevistas sobre su manera de crear. Andrés Roca Rey, el torero protagonista, joven y audaz, se enfrenta a las bestias salvajes con elegancia y parsimonia, pero cuando escuchamos los micros abiertos de sus compañeros de faena -impresionante el sonido-, estamos ante una realidad cañí que torpedea cualquier defensa posible de una tradición en declive. Cómo finiquitan la vida del astado pierde toda la épica planteada con anterioridad. Hay dos momentos clave, que salen claramente de la cabeza del director. Cuando el diestro se monta en el vehículo que le devuelve al hotel tras las brutales corridas, a veces con restos de sangre sobre la piel, y cuando se viste en sus aposentos antes de entrar a matar, en una liturgia fascinante con varias capas de lectura gracias al ojo del responsable de 'La muerte de Luis XIV' y 'Liberté'. Ahí se cuenta mucho con los planos justos. Hay magia visual.

La estrella del toreo no está contento con el resultado del filme, un punto a favor de Serra, preocupado por la estética de la muerte en su búsqueda de sensaciones. A pesar de las dos horas de duración, sin apenas salir del plano cerrado, el fiero documental no se antoja pesado. Actúa como un ritual en la mente del espectador desprejuiciado. El proceso de hipnosis que plantea el polémico realizador, con la tauromaquia como excusa, puede provocar sarpullido, tanto en taurinos como en animalistas. La violencia traspasa la pantalla, formalmente ofrece un lirismo casi palpable. Ver 'Tardes de soledad' en una sala oscura es imprescindible, pero no obligatorio, porque resulta tan asfixiante como hermosa. La sangre sobre la arena se huele en una situación que puede resultar inquietante.

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