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Cuenta Jaume Ripoll que su padre tuvo videoclubes en salas de bingo, salas de cine, panaderías y bares de carretera, aunque a su muerte solo ... conservaba uno, el Casablanca. Uno de los fundadores de Filmin, Ripoll, narra en 'Videoclub' (Ed. Penguin Random House) su particular formación sentimental a base de películas. Tuvo mucha suerte, porque su padre pensaba que la mejor educación para su hijo era el cine. Y aunque nunca dirigió a pesar de estudiar para ello, ha podido dedicarse profesionalmente a su pasión gracias a una plataforma de 'streaming' que es la cueva de Alí Babá para los cinéfilos.

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Precisamente una cita del director Terence Davies encabeza estas deliciosas memorias: «Hacer de tu pasión tu trabajo es la forma más eficaz de matar esa pasión». Por fortuna, eso no le ha pasado a Ripoll, aunque reconoce que su mirada ya es la de un distribuidor que ve películas y series pensando en sus posibilidades comerciales.

'Videoclub' puede leerse asimismo como la historia de treinta años del mercado doméstico del vídeo, que ha cambiado de arriba a abajo desde la irrupción de internet. La lucha de una empresa española, Filmin, contra el gigante Netflix continúa. Hace no tanto, en los tiempos de la 'cultura gratis' y el pirateo indiscriminado, nadie daba un duro por ellos.

Las confesiones íntimas también tienen cabida en el libro. Como cuando su protagonista reconoce que llegó antes al cine gay que a aceptar que él lo era. 'Videoclub' es la crónica de una cinefilia que ya no es posible, forjada en la televisión, salas de versión original, revistas y películas VHS. Eso sí, las enseñanzas aprendidas detrás del mostrador todavía funcionan, como la frase de los clientes que llegaban al cierre: «Son las diez, estoy cansado, así que dame algo que no me haga pensar».

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