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Otro capítulo de transición, yendo al grano, con algunos avances narrativos de importancia. La cuarta entrega de la nueva sesión de 'The Last of Us' ... sigue describiendo un nuevo escenario -por algo se titula 'Día uno'- tras el shock del segundo episodio, cuyo golpe al corazón no es fácil de asimilar como espectador. Es difícil, a tres entregas del final de la segunda temporada -estamos en el ecuador de la ficción-, poder mantener el interés en alto tras la desaparición definitiva de un personaje principal esencial, imposible de olvidar. El camino hacia la venganza que transita Ellie junto a Dina es un plato que se sirve lento, ojalá con abundante picante. La serie no lo tiene fácil para mantener la atención tras el duro revés del cruel asesinato de un rol que quizás merecía un final menos truculento, pero seguimos con el viaje y van entrando nuevas fichas en el juego. La partida va cogiendo vuelo.
La aventura se retoma en un flashback, cuando la ciudad de Seattle estaba en cuarentena, hace algo más de una década. En el interior de una furgoneta policial varios hombres vestidos con ropa de las fuerzas especiales, algo así como soldados antidisturbios con metralletas, cuentan chistes fuera de lugar donde se mofan de aquellos a quienes reprimen. Hay un giro inesperado que nos presenta a un nuevo personaje que, sin duda, va a dar de qué hablar. Queda claro el mensaje que el nuevo capítulo se empeña en subrayar: el ser humano es el verdadero infierno que camina. Los infectados son un mal menor, una amenaza más previsible y controlable.
Ellie y Dina siguen estrechando su relación afectiva. La chica rebelde, inmune al mordisco de los muertos vivientes controlados por el hongo expansivo, toca una canción a su compañera. Rasca la guitarra mientras canta 'Take on me', de A-Ha. Estamos ante un capítulo de contrastes, del amor frente al odio. Escenas cotidianas, donde las protagonistas se muestran cariño, chocan con estallidos de violencia caótica. Hay varias facciones disputándose no se sabe qué. Bueno, sí, el poder. Un bando lo conforman fanáticos religiosos, los serafitas, también conocidos como «scars» porque lucen en sus rostros dos cicatrices en los pómulos que parecen representar una sonrisa. Van armados con arcos, flechas y martillos. Visten con austeridad y rechazan las nuevas tecnologías. Pagan por los pecados del pasado, buscando el arrepentimiento de manera obsesiva. Sus enemigos son los Lobos, el Frente de Liberación de Washington, también conocidos como WLF. Militarizados y entrenados, ven a sus contrincantes como animales que merecen ser exterminados. Bonito panorama.
En este capítulo hay imágenes duras para la retina. En una escena, Dina vomita. Hay varias revelaciones que echan leña al fuego. Despegar interrogantes viene bien para que no pare de echar humo la sala de máquinas de la locomotora. Hay un momento 'Train to Busan', muy intenso y bien llevado. Un tren como marco de una tensa secuencia de acción que deriva en el descubrimiento de algún secreto bien guardado. Aparte de tratar temas como el duelo y la venganza, esta segunda temporada se plantea una clara pregunta: ¿quién es el malo más malo de la función? Cuando crees que ya has visto algo terrible, llega algo peor. El ranking de villanía es prometedor. Una sociedad militarizada, lejos de la armonía del pueblo de Jackson, donde se lleva la toma de decisiones en reuniones asamblearias, toma protagonismo. Queda atrás el entendimiento, el espíritu colectivo altruista, para mostrarnos el lado oscuro de nuestra especie más allá de los no-muertos. Enemigos por todas partes. Todos contra todos. Hay guerra. Quedan claras las atrocidades de que son capaces unos y otros para sobrevivir, conseguir información o simplemente dominar la situación. La atmósfera es inquietante.
Una cuarta entrega de 53 minutos, con buen ritmo, fácil de ver, tan disfrutona como inofensiva en relación a sus predecesoras. Estos días se recomienda el visionado de 'The Last of Us' en un programa doble, en paralelo con la recién estrenada serie 'El eternauta'. Ambas propuestas son recomendables. Si la primera, la que nos ocupa, busca el espectáculo en ciertos momentos, además de cuidar el desarrollo de los personajes, muy al estilo Hollywood, la segunda es, indudablemente, una producción argentina, con todas las virtudes de su ficción audiovisual. Una se basa en un popular videojuego y la otra en un cómic maestro, muy importante en su país de origen. Una cuenta con zombis y la otra con extraterrestres que nos invaden. Vivimos un buen momento como público amante de este tipo de historias fantásticas con lectura política. Que no paren las parábolas sobre la condición humana.
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