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'The White Lotus' ha regresado a Max con su tercera temporada, que se desarrolla en un resort en Tailandia. Dos redactores de Pantallas analizan ... el arranque de esta exitosa serie, que convirtió sus anteriores tandas de capítulos en fenómeno de masas.
Si H&M saca una colección inspirada en 'The White Lotus', significa que la serie ya está instalada en el 'mainstream'. Y que el capitalismo nos conoce mejor que nosotros mismos: no podremos pasar las vacaciones en un resort suntuoso pero, al menos, iremos a comer sardinas al chiringuito de Manolo vestidos como un adinerado protagonista de la serie. El armario aspiracional, que nunca falla.
El entorno paradisíaco siempre está presente en la ficción creada por Mike White, ya que sus tres temporadas responden a un mismo esquema: estudiar los comportamientos de los norteamericanos adinerados situándolos en un complejo de lujo (su hábitat natural en vacaciones) con un tema central subyacente. Así, si la primera temporada se desarrollaba en Hawái y giraba en torno a las diferencias de clase, la segunda, ambientada en Sicilia, contemplaba el sexo como una forma de poder, mientras que la tercera traslada la acción a un resort de una isla tailandesa destinado a proporcionar bienestar físico y espiritual, de donde se deduce que se va a centrar en el intento de llenar el vacío existencial a base de masajes, yoga y cócteles de colores.
La tercera parte de esta sátira sobre el privilegio se inicia, también, con un suceso trágico. A partir de ahí, rebobinando, hay que resolver el Cluedo ideado por White y averiguar quién mató a quién, cómo y por qué, y hacerlo disfrutando de una fotografía preciosista que se recrea en los interiores de revista y en la exuberante naturaleza de los exteriores. Paseando por ellos, la habitual mezcla de nombres reconocidos y de jóvenes talentos.
Por un lado, en el equipo de los ricos, tenemos a Jaclyn (Michelle Monaghan), protagonista de una serie televisiva de éxito, que viaja a Tailandia junto a Laurie (Carrie Coon) y Kate (Leslie Bibb), compañeras de la infancia que han terminado convirtiéndose en amienemigas. La familia Ratliff está formada por un empresario en crisis, Timothy (Jason Isaacs), una esposa empastillada, Victoria (Parker Posey) y tres hijos. También hay una pareja, Rick y Chelsea (Walton Goggins y Aimee Lou Wood): él es un tipo amargado que oculta muchos trapos sucios; ella, una chica mucho más joven, simpática y vital. Por otro lado, el servicio: Gaitok (Tayme Thapthimthong), el guardia de seguridad enamorado de su compañera Mook (Lalisa Manobal), más la aparición esporádica del resto del personal de servicio. De momento, sus tramas son poco complejas.
Hasta ahí, lo de siempre. Y ese es el problema: esto ya nos lo han contado antes, y hasta nos ha gustado, pero, en esta ocasión, y vistos los tres primeros episodios, se nos está haciendo eterno. Será, posiblemente, porque estemos saturados de ver a ricos dolientes, pero también porque la serie gira en torno a sí misma recreándose en dinámicas ya conocidas y dibujando a los protagonistas con mucho detalle superficial y poco acierto, cuando solo hacen falta un par de líneas de diálogo para hacerlo con tino: la conversación más reveladora se produce hacia el final del tercer capítulo, al salir a relucir el nombre de Trump entre las tres supuestas amigas, algo que es suficiente para mostrar cómo son y cómo se ven entre sí. Además, se echa de menos a un personaje tan potente como la desaparecida Tanya (Jennifer Coolidge), presente en las dos temporadas anteriores, aunque, para conectar unos personajes y unas temporadas con otras, reaparece Belinda (Natasha Rothwell), la masajista de la primera entrega a la que Tanya iba a ayudarle a montar su propio negocio.
A juego con el tema espiritual de esta temporada, Mike White nos pide un acto de fe: confiar en que la serie va a despegar en los próximos capítulos basándonos en la calidad de las temporadas anteriores (la primera mucho mejor que la segunda). Desafortunadamente, las tensiones y los conflictos latentes están tardando tanto en explotar que el mayor desasosiego lo produce la inquietante presencia de los monos. Casi sale más a cuenta comprarse algo de H&M para ir al chiringuito hecha una millonaria que ver la serie. Aunque no creo que se vistan por 59,99.
Hay un momento inquietante cuando una serie regresa a la actualidad. Como espectador, estalla la alarma cuando cambian su cabecera y su sintonía. No es un presagio halagüeño. La sensación de mal augurio es inconsciente. Quizás venga de cuando éramos pequeños. Más de una producción de dibujos animados, a la que estábamos enganchados, pasó de pasión a decepción por una decisión incomprensible. ¿Por qué cambiar lo que estaba bien? Me viene a la cabeza 'Dragones y Mazmorras', y tantos otros títulos mancillados por el innecesario afán de ser original. Si la presentación funciona, ¿para qué alterarla? La música de 'Juego de tronos' ahí sigue en 'La casa del dragón', pero en la tercera temporada de 'The White Lotus' han decidido innovar y, aunque las imágenes siguen un patrón en los créditos, la banda sonora es otra. En la misma línea, pero otra, con lo cual se avecina tempestad.
Y así es. La nueva entrega de 'The White Lotus' luce esplendorosa, con imágenes espectaculares de Tailandia, pero los personajes, con tres capítulos vistos, no enganchan como antaño. Hay perfiles prometedores. Hay situaciones que pueden germinar fastuosas, pero de momento no están siendo regadas con contundencia. Veremos qué pasa en los próximos episodios, hay tela que cortar, pero se ha perdido la sorpresa, lo cual no quiere decir que no estemos ante una serie que sigue estando por encima de la media. ¿Se acuerdan del boom de 'True Detective'? Su segunda entrega fue el apocalipsis. El formato de antología, también explotado en otras recomendables obras como 'Fargo' o 'American Horror Story', es resbaladizo. No es fácil mantener el nivel al cambiar de actores y personajes en un escenario diferente.
El renovado hotel de los líos que dirige Mike White, creador de la serie, sigue siendo una comedia coral ácida, pero menos impredecible. Unas vacaciones en un lugar de ensueño son la excusa perfecta para explorar el lado oscuro de una sociedad que muestra una imparable decadencia moral. La opulencia vuelve a chocar con la infelicidad. El hecho de gozar de un estatus inmejorable y poder contar con una cuenta corriente a rebosar no significa que no te corroan por dentro varios pecados capitales. Millonarios insatisfechos fruto de un sistema que veneran mientras les devora el alma. La competitividad y los celos viajan contigo, vayas donde vayas. La maleta no está llena de sueños, esconde un terremoto emocional. Eat the Rich!!!
La atmósfera no es tan desconcertante, de momento, como en anteriores temporadas, cabe insistir, aunque el comienzo de las historias cruzadas sí pretende innovar. Cualquier imprevisto puede explotar, pero se echan de menos más diálogos ocurrentes en esta suerte de 'Vacaciones en el mar' hasta arriba de alcohol y Lorazepan. El catálogo de personajes, de huéspedes y empleados del resort de fantasía, cuenta con la familia disfuncional de turno (ojo al papelón de Parker Posey), tres amigas maduras que dejan a Bridget Jones a la altura del barro y un canalla con una novia adicta a los paraísos artificiales, léase drogas legales o ilegales, que busca sus raíces y algo más. (Casi) todos ocultan algún propósito oscuro, por supuesto. En definitiva: echamos muchos de menos a Jennifer Coolidge (aunque plantean algún guiño a su entrañable rol, historia de la televisión).
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