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Pinturas del Palau Ducal de Gandia
Barroco en estado puro
Arte en gandia

Barroco en estado puro

La Galeria Daurada del Palau de Gandia, encargada por el X duque Borja, luce totalmente restaurada

Zoa Sanz

Lunes, 12 de mayo 2014, 19:04

A primera vista, y desde la Sala Verde, puede parecer uno de los salones de Versalles. Salvando las distancias, claro. No en vano está inspirada en el Salón de los Espejos del rico enclave parisino. Los marcos dorados, la profusión decorativa, los altos techos y la fuerte carga barroca convierten a la Galeria Daurada, del siglo XVIII, en la joya de la corona del Palau de Gandia.

Es la estancia más bella, y más ahora cuya restauración ha sido inaugurada recientemente con motivo de la celebración del V Centenario del Nacimiento de Sant Francesc de Borja. Por este noble espacio barroco, que fue antaño destinado a copiosos banquetes y bailes, no paseaba Luis XIV y su linaje pero sí la saga borgiana y la aristocracia de la época.

Está formado por cinco dependencias: las salas Heráldica, Ornamental, de la Glorificación de Sant Francesc de Borja, Sagrada Familia y del Cielo y la Tierra.

A finales del siglo XVII fue financiado con el dinero de Juana Fernández de Córdoba, esposa de Pascual Francisco de Borja y Centelles, X duque de Gandia.

Este encargó la colección pictórica al artista Gaspar de la Huerta (Cuenca, 1645-Valencia, 1714) para celebrar la canonización de Sant Francesc de Borja. Las pinturas, unas obras de arte de valor incalculable, están colgadas en el techo.

De la Huerta pintó los murales en la última etapa de su vida. Esta colección será su última obra. En ella se plasma su evolución a la amplia pincelada y a una mayor luminosidad del color.

Los especialistas aseguran que es el último representante de la escuela valenciana en el arte barroco español.

Su arte está repartido por conventos e iglesias valencianas. Uno de los pintores más influyentes en Gaspar de la Huerta fue Antonio Palomino, coetáneo suyo, que conoció y hasta pudo trabajar a la vez que él en la Basílica de la Virgen de los Desamparados de Valencia. Este contacto con Palomino fue decisivo para de la Huerta, quien pudo asimilar la manera de trabajar de Palomino, más abierta a la modernidad, y que puso en práctica en los techos del Palau Ducal de Gandia.

Los cinco salones están separados por unos pórticos dorados tallados en madera y una de sus puertas es abatible para conseguir un espacio más amplio. De la última estancia destaca el suelo, que está formado por unas 1.500 piezas de colores como el azul, el amarillo o el verde, que representan los Cuatro Elementos con cerámicas de Manises del siglo XVIII.

700 años de historia

El Palau Ducal de Gandia tiene 700 años de historia. Primero fue la morada de los duques reales y, tras la compra del ducado por parte del papa Alejandro VI, fue el hogar de los Borja hasta el siglo XVIII. En esta época fallece el último duque sin descendencia y la titularidad pasa a los Osuna, quienes deciden abandonar el edificio. Después de robos, saqueos y destrozos, el palacio queda en ruina. El duque de Osuna lo saca a subasta como solar con la idea de derrumbarlo y en 1890, es comprado por los jesuitas. Ellos iniciarían una ardua labor para recuperarlo, dando nuevos usos a las estancias y creando otras, como la sala Verde, que la utilizaron para recordar al IV duque de Gandia, Francesc de Borja.

Hoy en día sigue siendo la Compañía de Jesús la propietaria del inmueble. Sant Francesc de Borja nació en una pequeña cámara de este mismo palacio el 28 de octubre de 1510, hace ahora quinientos años. Muy joven tuvo que abandonar el palacio para huir de la guerra de las Germanías.

Pero no marcharía para siempre. Regresó tras la muerte de su padre Juan II duque de Borja con la finalidad de regentar el ducado. Mandó construir el salón de Coronas (donde impartía audiencias y celebraba juicios), adornado con cerámica valenciana que imita a la sevillana, y el despacho anexo, que quedaría convertido en una capilla con bóveda de crucería estrellada en el siglo XIX por parte de la Compañía de Jesús. El IV duque también edificó una pequeñísima capilla privada después de decantarse por una nueva vida religiosa tras la muerte de la emperatriz Isabel de Portugal y de su esposa Leonor de Castro. Pero esa ya es otra historia.

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