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Aitana Sánchez-Gijón. BÁRBARA SÁNCHEZ

Aitana Sánchez-Gijón: «Aunque seamos mujeres feministas y avanzadas, la culpa sigue latiendo»

GPS habla con Aitana Sánchez-Gijón sobre su poliédrico personaje, sobre cómo ha cambiado el rol de la mujer en los últimos tiempos y sobre cómo el patriarcado ha afectado a su propia carrera

Jueves, 26 de septiembre 2024

Aitana Sánchez-Gijón acaba de subir un peldaño en su escalera vital. Eso es lo que cuenta, y lo ha hecho, precisamente con 'La madre', la obra que llega a Rambleta este fin de semana (27 y 28 de septiembre). La dirección es de Juan Carlos Fisher, y la dramaturgia del oscarizado Florian Zeller. En 'La madre', Sánchez-Gijón representa a Ana, una mujer trastornada tras el abandono estructural que sufre después de que sus hijos vuelen del nido. Toda una vida dedicada a los demás se ve reducida a la soledad y a un marido que está totalmente ausente.

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Las obras de Zeller son un permanente descenso sin retorno a los infiernos del protagonista. Siempre con una estructura compleja y vivida desde dentro. GPS habla con Aitana Sánchez-Gijón sobre su poliédrico personaje, sobre cómo ha cambiado el rol de la mujer en los últimos tiempos y sobre cómo el patriarcado ha afectado a su propia carrera.

-La trama de 'La madre' es de un realismo que apabulla. Mujeres que, después de haber entregado su vida a la familia, al volar sus hijos del nido, se quedan solas. Y, mientras tanto, sus maridos continúan en esa rueda del trabajo. Después de una vida para los demás, queda la soledad...

-Afortunadamente, las sociedades occidentales ya no arrastramos tanto esa separación de roles, pero sí seguimos redoblando horas y siendo las grandes cuidadoras. Ana, la protagonista, está al límite, se siente huérfana. Y no solo eso, sino que lleva un cabreo sideral porque ha sido abandonada por la vida y traicionada por todos. Es muy injusto, porque además hay mujeres que han dedicado tanto a ser ese sostén familiar que incluso se convierten en seres asfixiantes, posesivos, amargos, de reproche.

-La dramaturgia es del director francés Florian Zeller, uno de los grandes. ¿Cómo está siendo dar vida a un papel protagonista de tal nivel?

-Una fiesta, aunque parezca raro. Me lo estoy pasando como una niña. Aunque Ana sufra muchísimo, yo lo disfruto una barbaridad. Y bueno, dentro de lo infernal de la situación, Zeller siempre plantea sus obras con sentido del humor. Hay momentos en que el público se ríe mucho, y me encanta por la extrañeza que produce ese humor absurdo.

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-Su personaje va cayendo hasta lo más profundo fruto de un trastorno. Es interesante la evolución de los personajes que plantea Zeller en sus obras, desde una situación mala hasta otra pésima e irreparable. ¿Le gustan este tipo de personajes, tan intrincados y a la vez abocados a vivir tal desgracia?

-Me encantan. Tengo querencia natural hacia ellos. Mi trayectoria está llena de mujeres que deben afrontar un lado muy oscuro de sí mismas, mujeres que se salen del rol establecido. Ana lo hace desde la ira y la desesperación. He interpretado a muchos otros, como Medea la parricida o las Juanas.

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-Las actrices mayores de cuarenta se ven arrojadas al olvido en muchos casos. Mientras que los hombres se vuelven interesantes y elegantes con la madurez, las mujeres solo envejecen. ¿Esta situación le ha afectado?

-En el audiovisual claro que me ha afectado. Y no a los cuarenta. A los treinta y cinco pasé de ser la chica de la peli a la madre de la chica de la peli. Cuando tenía un hijo de dos años me pusieron en una película como hija a una mujer de veintisiete años. Empezaron a llamarme menos o me llamaban para interpretar personajes con mucho menos peso que los que había hecho. Pasé así muchos años, haciendo menos cine. Antes de los treinta y cinco protagonizaba tres películas al año, eso dejó de suceder. Pero en el teatro me ocurrió exactamente lo contrario. He ido ganando la posibilidad de decidir qué personajes hacer. Cada vez he hecho personajes más retadores y profundos.

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-La obra también cuestiona la familia tradicional, disfuncional para las mujeres de hoy (y para las de toda la vida). ¿La familia de toda la vida se ha roto?

-Creo que no se ha roto. Simplemente, se han multiplicado las posibilidades. La familia nuclear ya no es la única opción ni la opción obligatoria. Si como mujer no cuadras en ese modelo, tu vida ya no es un fracaso, y eso es un enorme alivio. Pero aunque muchas personas viven ahora sus vidas de formas diferentes a las tradicionales, el núcleo duro permanece.

-Últimamente se habla mucho de la culpa materna, que es siempre una cosa femenina. Parece que sea algo intrínseco y exclusivo a la mujer y, mientras tanto, los hombres (en su mayoría) están tan tranquilos.

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-Es lo que nos ha vendido el sistema. La madre siempre tiene que cumplir un rol de mujer cuidadora, abnegada, entregada generosa y amorosamente a los demás... Y además es la responsable del crecimiento emocional de puertas adentro en el núcleo familiar. Cualquier mujer que se salga de ahí es una mala madre. Aunque seamos mujeres avanzadas y feministas, el germen de la culpa sigue latiendo en nuestro cerebelo. Seguimos cargando con esa culpa, pero hay que seguir, aunque sea con ella, por el camino de la emancipación y la corresponsabilidad.

-Hasta ahora decía que le podía más el miedo que el placer de actuar sobre los escenarios. Ahora comenta que eso ha cambiado con 'La madre'. ¿Cómo es eso?

-Pues no sé lo que ha sucedido. Quizás ese placer se ha ido gestando a medida que me subía a los escenarios. O probablemente tendrá que ver con el momento vital que atravieso. Me siento como si hubiera pasado de pantalla, como si hubiera subido un escalón. La verdad es que siento una mayor ligereza y tengo menos miedo a equivocarme. Siento mayor libertad sobre el escenario, no tanto riesgo; y veo al público ya no como juez sino como cómplice. Esto me ha ocurrido con 'La madre'. Veremos si continúa. No me gusta dar las conquistas por sentadas.

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-Empezó a actuar con dieciséis años. ¿Cómo valora tu trayectoria?

-Es una carrera de fondo. Por un lado, es un sueño cumplido, claro que sí. Y si miro atrás veo que siempre he podido vivir de mi trabajo, no como el 93% de mis compañeros. No siempre he podido elegir lo que hacer, pero muchas veces sí, en teatro desde luego que sí. Y me siento muy afortunada. Pero también es un trabajo que intento relativizar. A los actores y actrices siempre nos va la vida en nuestro trabajo, porque es un camino de autoconocimiento que nunca termina. Lo cierto es que tenemos el rol en esta sociedad de hacer que la gente se sienta menos sola y se reconozca en nuestros personajes. Todo eso es así, pero no quiero sobredimensionar lo que al final es un trabajo. A veces he hecho cosas exquisitas, sin embargo, otras tantas he realizado trabajos para pagar las facturas. Ser consciente de ese equilibrio entre ambas cosas me da perspectiva.

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