Paco Lorente, en su huerto de fresas. :: a. vergara

No confundir la fresa con el fresón

Los más viejos de este pueblo (Valencia) recordarán el puesto que instalaba a la entrada del cine Rialto una señora que parecía un personaje de Agatha Christie

ANTONIO VERGARA

Sábado, 6 de mayo 2017, 23:47

La fresa tiene, proporcionalmente, una vida tan breve como el ser humano. En cualquier caso, ya escribió Mark Twain que «cumplamos la tarea de vivir de tal modo que cuando muramos, incluso el de la funeraria lo sienta». La fresa obedece el aforismo del humorista norteamericano. Ramón Gómez de la Serna escribió que «la fresa es exquisita aunque sea un fruto picado de viruelas».

Publicidad

Mayo, junio y tal vez julio son los meses en que la fresa está en su cenit gustativo y de maduración. Es una fruta tan delicada y frágil como Audrey Hepburn en 'Sabrina'. El golfo William Holden es incapaz de darse cuenta y Sabrina Fairchild, hija del chófer, se queda con un 'brooker' de la época, Humphrey Bogart. Las mujeres, al igual que las fresas, buscan amor, protección y mucha sensibilidad en los hombres. Si disponen de una cartera rebosante, miel sobre hojuelas.

La fresa posee un 'côté' lírico, a menudo asociado a la infancia y la pre adolescencia. Nadie como Ingmar Bergman ha sabido utilizar esta frutilla para constatar el transcurso del tiempo, la felicidad pretérita y la cercanía de la muerte. Esa escena en su obra maestra 'Frutas silvestres' (no 'salvajes' en la traducción española) donde el viejo profesor vuelve a la casa familiar de vacaciones y le dice a su sobrina -una jovencísima y hermosa Ingrid Thulin-: «Mira, el sitio de las fresas», señalando la mata donde las cogían siendo niños. Conmovedor. Y deprimente.

Ha llegado el momento de poner las cosas en su sitio. La fresa no es el fresón. La fresa es una pequeña fruta de color rojo más o menos intenso, de forma cónica o 'cordiforme' (en forma de corazón) que conocieron los romanos como 'fresa del bosque'. Su cultivo comenzó en el siglo XIII, pero el filólogo Joan Corominas escribe en su monumental 'Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico' que «aunque la fresa era conocida, sobre todo la silvestre, raramente era objeto de cultivo, antes de que se extendiera por Europa en el S. XVII la afición a esta fruta, que empezó entonces a cultivarse intensamente en el Norte de Francia».

El fresón data del siglo XVIII, cuando se importó el fresal escarlata del Estado de Virginia (EE.UU). También en el XVIII un aventurero y botánico francés, Amédée Frézier, trajo unos planteles de Chile ('Fragaria chiloensis'). Y el fresón suplantó a la fresa paulatinamente porque es fácil de cultivar y aguanta bastante días en el frigorífico, no así la fresa, criatura de mi corazón, miniatura perfumada y débil. El fresón es mucho más rentable que la fresa.

Publicidad

En las cartas de los restaurantes se lee 'fresas', pero son 'fresones'. Un poco más de cultura y rigor, señoras y señores hosteleras / os. Yo me choteo, educadamente, y cuando leo 'fresas' pregunto si son del bosque de Caperucita y sus gnomos. Entonces el camarero rectifica y responde: «No, son fresones». El tosco fresón lo asocio inconscientemente a la marca de un camión, el Pegaso de los años cincuenta del siglo XX, por ejemplo. Léase 'Psicopatología de la vida cotidiana', de Sigmund Freud.

Como señalaba María Ángeles Arazo en un reciente artículo, los más viejos (me refiero a mí) de este pueblo (Valencia) recordarán el puesto que instalaba en la plaza del Caudillo (así se llamaba), a la entrada del cine Rialto, una señora que parecía un personaje de Agatha Christie, o tal vez fuera la misma novelista británica. Vestía un delantal blanco. Y en un rótulo ponía: 'Fresas de mis fresares'. Era el anuncio de la primavera, cuando las mujeres guardaban su ropa en los armarios con bolas de Naftalina, el más eficaz anti polillas durante el franquismo, y salían a la calle, viento de popa y a toda vela, con sus vestidos estampados de manga japonesa. Habían olvidado el ataque a Pearl Harbor.

Publicidad

Las fresas de 'Mrs' Christie eran de Canals, sede del reputado equipo ciclista Ferrys y de una marca de ropa. Por cierto, mis calzoncillos eran Ferrys. Aún sobreviven actualmente, no los calzoncillos, sino las fresas que cultivan Rafael Lorente y su hijo en Canals. He visitado su huerto, escenario verde en pantalla panorámica. Al inicio de cada temporada reemplazan las plantas para obtener la mejor calidad de las fresas. Las transportan y venden, personalmente, a restaurantes y pastelerías.

Que yo sepa, las hay en los restaurantes Aragón 58, Morgado, Alejandro del Toro o La Principal.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€

Publicidad