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ANTONIO VERGARA
Valencia
Sábado, 26 de agosto 2017, 21:08
Ahora la merienda no tiene la importancia de antaño. Ha sido sustituida por una 'modernez': el 'tardeo'. Esta moda no durará mucho. La merienda fue siempre una ayuda a la alimentación de los pequeñuelos en los tiempos de la penuria económica de España. Años de la posguerra.
El hambre amainó cuando los tecnócratas del Opus Dei, encabezados por López Rodó -el eterno soltero- diseñaron el Plan de Estabilización de 1959 y los posteriores Planes de Desarrollo. El icono del 'desarrollismo' fue el SEAT 600, fabricado en la factoría de la Zona Franca de Barcelona en 1957 (¡y los independentistas aún se quejan!).
Junto con el País Vasco, Cataluña fue la región de España más favorecida económicamente por el franquismo. Basta consultar cualquier libro objetivo y con aportación de datos.
Pero ¿alimentaba la antigua merienda? En general consistía en pan, aceite y sal; pan y leche condensada La Lechera; pan, aceite y pimentón colorado; pan empapado en vino tinto y azucarado; o pan y chocolate elaborado con algarrobas. No parece que lo anterior alimentara mucho, pero abarrotaba la barriga.
Las madres que querían alimentar a sus hijos para que alcanzaran la estatura de Polifemo amenizaban los mendrugos de pan con brandy barato, entonces llamado 'coñac'. Suponían que les daba fortaleza y vigor, como la Kina San Clemente: '¡da unas ganas de comer!'
Merendar siempre ha sido (recientes estudios en centros de enseñanza así lo demuestran) un suplemento alimenticio de la infancia y la preadolescencia, en descenso porque sobran cochinadas a la venta.
En el caso de los adultos mayores, la merienda era más un rito social y de relación con las amigas que una necesidad proteínica y alivio del hambre. La merienda siempre fue femenina.
Por las tardes, en las cafeterías, salones de té, bares -menos- y pastelerías polivalentes, vemos (veíamos, a no tardar mucho) a personas -por lo general mujeres- que se entretenían merendando (poco) y charlando con sus amiguitas.
El pastelito, algún té, cierta tarta, los croisanes y frivolidades saladas constituían, en general, el grueso de la merienda. Las conversaciones eran, desde luego, de actualidad. Las mamás, o las abuelas -censo mayoritario de las 'merendolas'- hablaban de sus maridos, sus hijos y sus nietos; o de las nueras y los suegros. Es decir, de la problemática inherente a la especie humana.
También meriendan hoy aquellos adultos que dejaron de merendar al menos hace treinta años, pero que por culpa de un análisis de sangre repleto de triglicéridos, colesterol, transaminasas, azúcar y ácido úrico, están bajo la bota malaya de la dieta.
Esto supone que hay que comer muy poco pero casi a todas horas -el no comer- porque si al acto gratificante de la comida se le despoja del placer (30 gramos de jamón de York, tres espárragos, un filetito de ternera a la plancha y ensaladas de lechuga sin aceite), más vale declararse en huelga de hambre.
Tenemos también la merienda-cena. Ésta me gusta mucho más. La merienda-cena es como una cena (puede que sea un invento valenciano, de la Huerta) pero a lo bestia. Es una cena sumada a la merienda, o viceversa. Lo cual implica, por el horario de comienzo (al atardecer) y la finalización (casi de madrugada), que la 'grand bouffe' está asegurada.
Esta merienda-cena es la antítesis de otras meriendas a base de 'croisants', Coca Cola y descafeinado de máquina. Ni mejor ni peor. Cada cual es libre de sus propios actos. Pero si yo tuviese que merendar, elegiría, de tarde en tarde, la merienda-cena al estilo valenciano y comenzaría con el bocadillo de la foto. No goza de buena prensa, desde luego, a causa de la hipocondría instaurada en la sociedad por los vendedores televisivos de salud, crecepelo y pastillas milagrosas.
Para sentirse algo feliz hay que olvidar a estos mercachifles. La salud del prójimo les preocupa tanto como a Pedro Almodóvar la 'Crítica de la razón pura', de Kant. Y además aterrorizan con toda clase de desgracias a quienes rechazan sus interesados dictados.
La merienda fue una institución cultural y social de primer orden. Hoy carece de adeptos. No podemos hacer nada al respecto.
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