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CHEMA FERRER
Viernes, 29 de diciembre 2023, 00:04
No sé cuándo fue la última vez que me sirvieron un calimocho, esa combinación de vino y cola que en algunas regiones norteñas de España triunfaba en fiestas populares, era sin duda una suerte de cubata económico. Pero en ese tiempo ya existía el combinado histórico de vino con gaseosa, que ya desde el siglo XIX se tomaba con agua de selz o sifón y que en las últimas décadas se presenta con sus cubos de hielo y rodajitas de limón en lo que se ha bautizado como tinto de verano.
Esta de la gaseosa con el vino es costumbre muy valenciana desde siempre, degustándose en barrales y porrones en los domingos de paella y hasta hoy en día forma parte del menú del tradicional almuerzo matutino o de los económicos que se sirven a mediodía en bares y restaurantes. Pero bueno, diluir el vino con agua ya se hacía en la antigüedad para purificar lo que se bebía y que el alcohol del fermentado matara todo tipo de bacterias, ya que no habían otros métodos más rápidos de beber agua con garantía de salubridad; también ese vino con agua conformaba un desayuno para grandes y chicos remojando en el sopas untadas en miel o espolvoreadas con azúcar.
La lista de utilizaciones vínicas mezcladas con otros ingredientes a lo largo de la historia nos ha proporcionado sangrías, ponches, vermuts, rebujitos gaditanos, el kir de la Borgoña a base de vino blanco y cassis, los vinos especiados (ya en Roma los preparaban y los bautizaron como condtum), el hipocrás medieval, la lista es larga pero hubo uno de ellos que destacó por su exclusividad, el mulsum.
Todo empezó en Roma, los romanos bebían mulsum antes de las comidas, entre otras cosas, porque se consideraba que estimulaba el apetito. En su Historia Naturalis cuenta Plinio que le preguntó al centenario Romilio Polión, cómo había llegado a tal edad, a lo que este respondió: «Con mulsum por dentro, con aceite por fuera».
Etimológicamente, mulsum proviene de mulcere, que significa acariciar, dando a entender lo delicado de este combinado de vino. La receta más antigua que se conserva es la del escritor y naturalista hispano coetáneo Collumella, en la que el vino y la miel fermentan juntos antes de incorporar otros ingredientes, al parecer eran cuatro partes de vino y una de miel.
Pero el mulsum trascendió al Imperio, tras la caída de las provincias romanas de Hispania ante el empuje de los visigodos se crea el primer reino hispano y adoptan las leyes y costumbres de los nativos hispanos, entre ellas la de consumir mulsum en todos sus banquetes, y es que este se servía a menudo antes de una comida o como acompañamiento. un aperitivo. Por eso el primer plato también se llamaba promulsis. La magna obra coetánea del escritor, religioso y luego santo, Isidoro de Sevilla (s-VI d. C.) Las Etimologías, posee dos capítulos dedicados a la viticultura y en uno de ellos se habla de las bebidas que del vino se elaboraban destacando la propiedades del mulsum, que además de servir para celebrar, también era reconocido por sus propiedades medicinales, como alivio de molestias estomacales, acidez o reflujo.
Los visigodos siguieron la costumbre romana de prepararlo únicamente con mostos procedentes de uvas blancas, ya que las tintas eran con las que se hacían los vinos que consumía el pueblo llano, tanto en sus casas, como los que se servían en las tabernas.
Actualmente, algunas bodegas elaboran mulsum, por lo que puede ser fácil emular las costumbres de los los últimos grandes consumidores de esta bebida exclusiva, los visigodos. Si queremos hacerlo a la manera de ellos, prepararemos una gustatio con quesos y frutos secos que acompañen esta bebida, seguramente, estaremos reviviendo el primer aperitivo español.
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