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IKER CORTÉS
Jueves, 9 de noviembre 2023, 23:58
Accedió al mundo de la interpretación casi por casualidad, como si fuera un juego, pero en los últimos años Laia Costa (Barcelona, 38 años) ha demostrado que se toma muy en serio su profesión. Galardonada con el Goya a la mejor actriz por meterse en la piel de una madre primeriza en 'Cinco lobitos', regresa a la cartelera con 'Un amor', adaptación de la novela de Sara Mesa a cargo de Isabel Coixet, donde da vida a Natalia, una joven traductora de una ONG que se va a vivir al campo, asqueada por las angustiosas y cruentas realidades que está conociendo en el desempeño de su labor.
-¿Como llegó al proyecto?
-Isabel me comentó que había leído la novela de Sara y que estaba pensando en comprar los derechos, que a ver si me la podía leer y darle un poco de 'feedback'. Eso fue en 2020, en plena pandemia. Me uní al proyecto porque la novela me pareció algo muy distinto a lo que tenía en mente en ese momento. Isabel es una genia y es muy difícil decirle que no. Había trabajado con ella en 'Foodie love' y había disfrutado muchísimo ese rodaje, así que me pareció un plan perfecto.
-Da vida a Natalia, una traductora que se va a vivir a un pueblo de la España vaciada. ¿Ha pensado alguna vez en largarse de la ciudad?
-Tengo la sensación de que, sobre todo a raíz de la pandemia, es una idea que ha estado más en el imaginario colectivo de todos, hay cierta idealización de esa escapada. Creo que es un mecanismo de defensa muy humano. En el caso de 'Un amor', es cierto que ella se va a un lugar que no es el suyo y que el paisaje tiene un peso muy importante, con esa casa, que es como una especie de metáfora para explicar cómo está Natalia por dentro, pero no es el peso central de esta historia.
-Se pinta como un lugar nada bucólico. ¿Fue duro el rodaje?
-El rodaje ha sido muy hermoso. Jamás he vivido algo tan bonito y tan fluido, porque la historia es muy cruda, es muy amarga. En Logroño, en febrero y marzo, hace un frío que te mueres. O sea, nos nevó, se nos cayó una pared de la casa mientras rodábamos y las escenas eran emocionalmente muy crudas. Y, en cambio, en el equipo hubo una conexión, un cuidado entre nosotros muy grande. Yo creo que ahí tiene mucho que ver Isabel, porque es una gran generadora de alquimias y de energías. Todas íbamos muy a una.
-¿Cómo sienta eso de dar vida, como dice Sara Mesa, a uno de los personajes más odiados de la literatura reciente? ¿Usted la ve así?
-No, yo no lo veo así a estas alturas, obviamente. He pasado por un proceso de empatía muy importante con el personaje y con la historia. Si no hubiera tenido estos encuentros con personas que me han explicado, a nivel clínico, este tipo de trabajador que es Nat, no hubiera entendido que tienen problemas mentales, reales, derivados del trabajo. Conociéndolos, entiendes su huida, que acepte el trueque (Natalia llega a tener sexo con un lugareño para que le arregle el tejado)... Y si haces ese ejercicio ya empiezas a notar la anestesia emocional en tu propio cuerpo. Es muy fácil juzgar realidades ajenas.
-¿Fue muy doloroso el proceso?
-Fue un proceso muy bonito de descubrimiento. Además, siento que hay un tema y es que nos permitimos muy poco estar perdidas, equivocarnos, sobre todo con respecto a relaciones tóxicas. La película también habla de ese viaje vital que hace Nat, con el que mucha gente se puede sentir identificado porque creo que vivir y hacerte mayor implica pasar por estos procesos también, de hacer las paces con algo que, pasados los años quizá, te preguntas: ¿por qué, cómo y cuándo me metí en ese pozo?
-¿Trata de no juzgar a los personajes a los que da vida?
-Creo que es imprescindible no juzgarlos porque si no, cómo los vas a entender o a no entender al final. Es que juzgar no sirve de nada, no solo para interpretar, sino en general (ríe), creo que juzgar nunca ha sumado nada.
-Un personaje espeluznante es el de Píter, al que encarna Hugo Silva. ¿A lo largo de su vida se ha enfrentado a muchos micromachismos como los que plantea el personaje?
-Es terrible (ríe). ¿Sabes lo interesante de estos micromachismos y microagresiones? Que normalmente están vestidos de cordialidad. Y no te tienes que ir a un pueblo a vivir lo que vive la protagonista, los vives en el día a día, en cualquier ciudad, dentro de tu propia familia y tus amistades, con esa cosa de sobreproteger, de paternalismo e, incluso, de infantilizar. Cuesta mucho ver que eso no está bien incluso para la que lo recibe, porque al final estamos todos en este microcosmos de esta sociedad que tiene estas dinámicas. Y lo curioso es que cuando empiezas a verlos, alucinas porque no paras de verlos.
-Cambió el despacho por la interpretación pasados los 25 años, ¿se ve dando un giro de nuevo y dedicándose a otra cosa?
-Sí. Hoy en día, y lo veo no solo en mi caso, sino en mis amigas y mis amigos, la gente acaba ejerciendo profesiones que no son la carrera que han estudiado. Cada vez tengo menos referentes de gente que sabe que quería ser médico, estudia medicina y ejerce toda su vida. El mundo profesional es tan inestable, que las nuevas generaciones estamos obligadas a algo que creo que biológicamente no nos juega a favor, que es la constante reinvención y adaptabilidad a las nuevas realidades. Quizá por eso estamos todos tan estresados (ríe).
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