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ana vega pérez de arlucea
Viernes, 26 de junio 2020, 01:50
Hace 120 años París era el centro del mundo moderno, pero durante siete meses concretos (desde el 14 de abril al 12 de noviembre de 1900) fue un mundo a pequeña escala, una representación ideal de todo lo supuestamente interesante que había sobre la Tierra y de todo lo que la civilización disfrutaría en el futuro. Los privilegiados visitantes de la Exposición Universal de París pudieron disfrutar -entre otras miles de actividades- de un telescopio gigante, de un simulador de viajes en globo o del acuario y el planetario más grandes de la historia; tuvieron la oportunidad de montarse en una noria descomunal, subirse en la primera escalera mecánica, observar los primeros motores diésel y ver las películas de los hermanos Lumière en una pantalla colosal de veinte metros de ancho.
En aquella feria se podía dar la vuelta al mundo en ochenta minutos paseando por el Sena arriba y abajo, echando únicamente el ojo a los pabellones de las distintas naciones que jalonaban las dos riberas del río y representaban la arquitectura más típica de cada lugar. Allí estaban Camboya, Japón, Suecia, Egipto, México… y por supuesto España, que en aquella ocasión y tras cuatro exposiciones parisinas (las de 1855, 1867, 1878 y 1889) en las que había explotado el tópico de país de pasiones, toros y olés intentó cambiar el rumbo de nuestro imagen internacional presentando un proyecto más intelectual.
Estilo neoplateresco
El pabellón español se levantó a orillas del Sena en estilo neoplateresco, mezclando lo mejor de nuestra arquitectura renacentista en un pequeño y efímero palacio que albergó una exposición con numerosas piezas de la Colección Real y un recorrido por la historia gloriosa de España, suponemos que para compensar lo del desastre del 98. La comisión oficial encabezada por el duque de Sesto quiso enseñar en París la máscara moderna y europea de nuestro país olvidando los mitos románticos, el orientalismo y al casticismo, pero la misión salió un poco rana. Para una vez que dejábamos nosotros de lado los misterios de la Alhambra resultó que los franceses habían montado una atracción llamada 'Andalucía en tiempos de los moros' que incluía reproducciones a tamaño casi natural de la Giralda y de una plaza de toros.
Para que los galos no nos comieran la tostada flamenca a la comisión española se le ocurrió cambiar ligeramente su plan y autorizar la celebración de espectáculos musicales en vivo en el que iba a ser el elegante y cosmopolita restaurante de nuestro pabellón. Cuando éste se inauguró oficialmente el 9 de mayo de 1900 abrió también sus puertas La Feria, el café-restaurant español situado en el subsuelo del pabellón nacional. Con vistas al Sena, decoración morisca y tablao, La Feria era todo lo que los extranjeros esperaban de una rápida incursión por los placeres hispanos: cañas de manzanilla, paella y sevillanas. Y jotas aragonesas.
Los periódicos españoles criticaron severamente esta cesión al pintoresquismo pero no se fijaron en lo verdaderamente interesante que, aparte de palmas y gastronomía hispana, ofrecía La Feria. En una exposición universal obsesionada con la electricidad y la innovación fue el primer restaurante de la historia con una cocina completamente eléctrica.
Este hecho maravilloso no fue reseñado por casi nadie en nuestro país, mientras que en la prensa científica francesa ocupó páginas y más páginas. La Feria apostó por la electricidad porque los valiosísimos tapices que se exhibían en los pisos superiores no podían estar cerca de ningún fuego de combustión, ya fuera de gas o de carbón. Así pues los promotores optaron por utilizar solamente aparatos eléctricos de última generación, desde la cafetera hasta los fogones o los hornos.
Hasta entonces la cocina eléctrica había sido más un experimento que una realidad y los ejemplos se podían contar con los dedos de la mano: en un convento situado junto a las cataratas del Niágara (EEUU) y en Europa sólo se conocía el precedente de un banquete eléctrico ofrecido en 1894. El moderno milagro de La Feria fue posible gracias a los inventos de la empresa francesa Parvillée Frères et Cie., que ideó resistencias porcelánicas capaces de conducir la corriente eléctrica y de sostener temperaturas muy altas sin fundirse.
La gastronomía española entró en la era moderna por la puerta grande, al son de guitarras y bandurrias. La tecnología del siglo XX hizo posible por primera vez cocinar y servir comida sin recurrir al fuego, hito que desgraciadamente ha pasado completamente desapercibido hasta ahora y que conocemos gracias a publicaciones como la revista 'Les annales politiques et littéraires'.
En su número del día 2 de septiembre del año 1900 ésta incluyó un artículo titulado 'La cocina exótica en la Exposición', en el que además de recalcar que «al restaurante español La Feria corresponde el honor de haber sido el primero en utilizar la energía eléctrica para el trabajo culinario y abrir nuevos horizontes para los cocineros», aparecieron referidos platos del restaurant como el clásico puchero con garbanzos, al ajoblanco, las albóndigas, el escabeche de perdiz, el arroz a la valenciana y la receta completa del 'jamón de Asturias con huevos hilados'.
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