Ningún valenciano se puede resistir a visitar los jardines de Viveros. 2.769 ejemplares y 167 especies botánicas diferentes conviven en este espacio que en época musulmana formaba parte de la Finca del Real, aunque no fue hasta el siglo XVI cuando Felipe II decidió llenarlo de naranjos y limoneros.
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Aunque no es uno de los lugares más concurridos de la geografía local, sí que puede resultar difícil descubrir nuevos rincones a los valencianos más allá del paseo Antonio Machado, donde se celebra la Feria del Libro, el Museo de Ciencias Naturales o el parque de educación vial, que entre semana queda ocupado por decenas de escolares. Por eso hemos preguntado al mismo personal del espacio qué sitios menos visitados son sus sitios favoritos.
Empezamos el recorrido a pocos metros del Museo, donde se ubicaba el antiguo zoo. Esa extensión, de varios metros cuadrados, es un jardín completamente nuevo, que se abrió el año pasado tras 10 diez años de trabajos y 1,5 millones de euros invertidos. Donde antes había animales, ahora hay todo un espacio por redescubrir.
A unos cien metros al norte del Museo, al lado de la rosaleda, se encuentra la fuente de Neptuno, que ahora mismo está incompleta. La figura del dios del mar está rehabilitándose y la bomba de agua está desconectada, por lo que es más estanque que fuente. Antiguamente, estaba cubierta de vegetación y en el centro es donde se alzaba una pequeña figura del Dios sobre un pez, desde cuya boca salía el agua.
Pero no es tan importante sus carencias como el lugar en el que se enmarca: a la izquierda, la popular rosaleda donde tantas personas deciden acogerse; a la derecha, un palomar en una especie de cabaña del árbol, que además de ruido le otorga al espacio vida. Además, alrededor de esta plaza natural se encuentran algunas de las especies de árbol más curiosas de los Jardines.
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Unos metros más al norte encontramos el espectacular monumento a los cipreses de Andreu Alfaro de 19 metros de alto, en el que Viveros nos traslada a un espacio fúnebre por la cultura popular de estos árboles. Desde la entrada norte de los jardines, una hilera de cipreses altísimos marca un pasillo natural de grava que desemboca en una escultura de hierro, rodeada de una docena más de cipreses, precedida por una piedra en la que está grabada una frase del ilustre autor Ausias March y plantada ya sobre césped. Se plantó en 1984 conmemorando el 600 aniversario del nacimiento del poeta.
Justo detrás de este monumento a los cipreses, hay un espacio elevado muy recogido, oscuro, donde la frondosidad de los árboles crea la intimidad que parejas y solitarios buscan. Allí la gente se sienta en un banco, escondidos y se convierten en las personas más tranquilas del lugar más tranquilo de Valencia.
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A la otra parte de los jardines, en el sector sur, recogido entre laberínticos caminos, se encuentra el rincón favorito de aquellos que mejor conocen Viveros. Ellos lo llaman La Vergonzosa, y se trata de un bellísimo estanque que alberga en su centro una escultura clásica de una mujer desnuda tapándose la cara. En realidad se trata de 'Despertar', una obra del escultor de Meliana Julio Benlloch Casares. La realizó en 1916, consiguió el tercera medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes y la colocaron en los jardines en 1955.
Rodea medio estanque un pasillo de columnas jónicas cuyo techo natural al formado las enredaderas. Todo al más puro estilo clásico de jardín clásico que te trasladará, a pesar del ruido de los coches y la ciudad de fondo, al encanto de una época pasada. Si te acostumbras bien a eso de bailar entre civilizaciones, unos metros más al sur encontrarás los restos del Palacio del Real, junto a un centro de interpretación de uno de los espacios más esplendorosos de la Valencia musulmana.
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Aunque al final del todo, dice el propio personal de las instalaciones, se trata de andar, encontrar tu propio rincón y darle el encanto que tú creas que se merece.
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