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icíar ochoa de olano
Sábado, 23 de junio 2018, 20:00
Hay un tranvía llamado deseo en Lisboa. Es amarillo y blanco, con la barriga de madera crujiente. Tiene aforo para cincuenta pasajeros, veinte de ellos acomodados en asientos de piel. Por 2,90 euros, repta con genio por las siete colinas de la vetusta Olissipo, estaciona junto al castillo de San Jorge y serpentea por algunas de las calles más tortuosas y genuinas de los distritos de Barrio Alto, Graça, Mouraria, Alfama, Baixa, Chiado, Madragoa y Altoangostas. Este «eléctrico», como le dicen los locales, el número 28, se coge en la plaza Martim Moniz a partir de las ocho de la mañana. No hace falta preguntar cuál es su parada. Lo anuncia en la distancia la fila india con docenas de turistas que aguardan veinte, cuarenta o sesenta minutos para subirse al decimonónico vagón y entregarse al traqueteo con un codo empotrado en la sien, una 'réflex' incrustrada en la ingle y una mochila camorrista declarando la guerra en la retaguardia. A excepción del santo conductor, ya no lleva lisboetas a bordo. Si acaso, algún carterista. A los portugueses les enloquecen las sardinas. Pero, únicamente, en el plato y previa travesía infernal por la parrilla.
En la rúa das Carmelitas de Oporto, otra larguísima cola conduce, cuesta abajo, hasta el número 144. Allí, la librería neogótica Lello explota sin pudor y con éxito letal su publicitada belleza centenaria. En sus señoriales escaleras, las que presuntamente inspiraron las de Hogwarts en los libros de Harry Potter durante la etapa portuense de J.K. Rowling, los embotellamientos son de magnitud M-30. Verse atrapada en uno de ellos exige el pago anticipado de un peaje en la taquilla habilitada en un local contiguo. La entrada ha pasado de 2 a 5 euros en cosa de un pispás. Aun así, despachan hasta 2.000 en las nueve horas que dura allí la jornada laboral.
Los turistas devoran Portugal. Más de 5 millones exploran ya al año la capital lusa –el destino más demandado, por encima incluso del Algarve–, donde están censadas 504.000 personas. Se estima que en cada kilómetro cuadrado de Lisboa hay 300 'guiris'; 228 en el caso de Oporto, donde sus 214.00 vecinos oficiales se abren paso en el asfalto entre cerca de 1,6 millones de visitantes. Ni Praga, ni Barcelona, ni siquiera Londres, soportan semejante presión porcentual. «Los portugueses han hecho pocas industrias. La más importante, la del buen vivir: clima agradable, estupenda gastronomía, buenas comunicaciones, tranquilidad. Es un imán», sintetiza el director del Instituto Cervantes en Lisboa, Javier Rioyo.
La invasión, perpetrada mayormente por ingleses, españoles y franceses de la mano de alguna de las 17 líneas aéreas de bajo coste que operan en el país, se observa desde perspectivas bien dispares entre los nativos. Unos, la maldicen. Para otros sabe a 'bacalhau'. A Sandra Botelho, una llamativa actriz mozambiqueña de 54 años, la avalancha foránea le ha traído un segundo oficio. Con una imagen «quemada» tras años de éxito en una popular comedia policial de la pequeña pantalla, ahora conduce un tuk-tuk de última generación que ha comprado por 14.000 euros y que espera pagar en nueve años. El pequeño mototaxi de tres ruedas, el medio de transporte habitual en el sudeste asiático y la India, se ha hecho un hueco en las calles de Lisboa. Eso sí, en una versión mullida, descapoble y silenciosa, esto último, por imperativo municipal. En apenas tres años, estos miniautos sin puertas han pasado de cero a cuatrocientos, pero su endiablado zumbido ya no sofoca las continuas trifulcas entre el batiburrillo de especies que patrullan la sabana urbana al acecho de algunas de las miles de presas que la transitan. Han de ser eléctricos.
A un tiro de piedra de la tercera terminal de cruceros, inaugurada el pasado noviembre, José Avillez, el único chef lusitano en regentar un 'dos estrellas Michelin' en la capital, acaba de bautizar su undécimo local. Es de su línea 'cantina', un estilo informal para servir un plato sin mantel a veinte euros. «El mundo de la restauración está viviendo un tremendo dinamismo. En Lisboa hay nuevas aperturas cada semana. El interés que está generando Portugal como destino turístico está potenciando sectores muy distintos y todo ese desarrollo y crecimiento van a ser tremendamente positivos para este país en los próximos años», augura encantado el artista de 'Belcanto'. Su percepción traspasa fronteras. El 'ocho estrellas Michelin' Martín Berasategui prepara la puesta en marcha en octubre de '50 seconds', un restaurante acristalado en lo alto de la torre Vasco da Gama.
En el lateral de la Cantina Zé Avillez, en el número 24A de la rúa Dos Bacalhoeiros, se representa la tragicomedia del fenómeno turístico en dos actos. En el primer piso de este destartalado edificio de viviendas, una octogenaria abre los ventanales para sacudir un trapo entre las rosas de plástico que adornan su balcón. Justo debajo, en el portal, tres hombres trajeados charlan animadamente del futuro de la casa que ocupa la mujer. Un cartel destripa el nudo: 'Próxima construcción de apartamentos tipo 'loft' de 42 y 90 metros cuadrados, con una y dos habitaciones'. Un operario sale a echar un cigarro empolvado del casco a los pies. «¿Busca información? Le puedo llevar hasta la oficina. Está aquí al lado», se ofrece diligente.
–¿Sabe qué piensa hacer la inmobiliaria con la vecina del primero?
–Es ya mayor. Están esperando a que... usted me entiende.
Ya no pueden echarla. Hace solo seis semanas, el Gobierno portugués decidió poner freno a la avalancha de desalojos salvajes consumados durante años en los barrios de Alfama, Morería, Chiado o Baixa para satisfacer el hambre de Lisboa desatado entre los millonarios franceses, brasileños, ingleses, chinos y angoleños. Lo hizo reformando la ley de vivienda, que ahora salvaguarda de la voracidad inversionista que barre la ciudad a los mayores de 65 años, a los inquilinos con más de 25 años en el mismo piso y a las personas con problemas de movilidad. El torniquete ha logrado aplacar la psicosis desatada entre algunos residentes ante la eventualidad de que, al abrir el buzón, se toparan con la temida carta que les anuncia la subida de la renta o el precio de compra del inmueble. Pero en nigún caso contendrá los precios disparatados de un mercado desbocado –la vivienda ha crecido un 18% en el último año–, ni tampoco corregirá los efectos de la gentrificación, el anglicismo que da nombre al proceso de colonización residencial perpetrado por las clases adineradas y que deriva en el desplazamiento de los habitantes a la periferia y en la despersonalización de esas áreas urbanas. Ya está muy avanzado.
En el tablero del Monopoly que es hoy el corazón de Lisboa (y de Algarve, Oporto, Sintra, Aveiro, Albufeira, Volamoura o la 'trendy' Comporta), apenas queda un edificio que no tenga adosado un grúa, una maraña de andamios o un tobogán de escombros. Una de las transformaciones más espectaculares se anuncia para varios bloques cubiertos por enormes lonas en la transición de las plazas del Rossio y de la Figueira. En los mentideros locales se dice que los ha comprado el señor de Roland Garros, Rafa Nadal, para hacer apartamentos turísticos de lujo.
«Refugees welcome! Golden Visas go home! (Bienvenidos refugiados, a casa los Golden Visa), clama en rojo una pared desconchada de la Alfama. La tercera pata del terremoto turístico-urbanístico que sacude el país vecino amenaza seriamente con convertir el oeste peninsular en la residencia de la Tercera Edad de Europa.
Gracias al programa gubernamental de atracción de capital, más de 5.000 extranjeros han encontrado allí su 'paraíso fiscal'. El visado de oro se concede a quien resida al menos 183 días al año en Portugal, a cambio de que que inyecte 200.000 euros –antes eran 500.000– en una empresa lusa o en la compra de una propiedad inmobiliaria.
«No todo son ventajas fiscales. Somos muy buenos en marketing y también en idiomas», reivindica desde la Universidad Nova de Lisboa el economista y geógrafo urbano, Joao Seixas. (Nueve de cada diez portugueses habla inglés como resultado de la fórmula 'escolarización en esa lengua más una dieta estricta a base de V.O.S.'). Lo cortés no quita lo valiente y el experto admite que «hay un poso creciente de ansiedad y preocupación entre la población ante la «barcelonización» de Lisboa». La plataforma cívica Rock in Riot lleva convocadas ya varias manifestaciones por la «reapropiación de la ciudad».
Gustavo Briz cita a sus clientes a las nueve de la mañana en el Miradouro da Nossa Senhora do Monte para espabilarles de golpe con 250 grados de una bellísima panorámica lisboeta libre de multitudes. Vista así, Ulises bien pudo ser su fundador. «Es uno de mis lugares favoritos y a estas horas nunca hay turistas», saluda el joven arquitecto de 29 años. Es uno de los guías de We hate tourism tours (Odiamos los recorridos turísticos), el provocador nombre de un proyecto que unos jóvenes desempleados, hijos de la crisis de 2008, –entre ellos, un diseñador gráfico, un periodista, un ingeniero y un psicólogo–, montaron para tratar de salir a flote y ofrecer a los turistas una experiencia «más humana». También más sostenible. Destinan parte de los ingresos a sencillas pero excitantes excursiones con críos o ancianos sin posibles.
Una noruega experta en desarrollo digital de finanzas y una pareja de holandeses, él profesor de matemáticas y ella, farmacéutica, se han unido a una excursión a pie de tres horas para descubrir la intrahistoria de la ciudad –«no solo la bonita y gloriosa», matiza Briz– a través de un recorrido que a menudo no figura en los mapas oficiales. «Ahora mejor no tomamos fotos. Vamos a pasar junto a unos traficantes», anuncia Briz sin detenerse en el laberíntico descenso por las tripas de la Mouraria.
Cerca de allí, en una terraza con vistas a este barrio, la cantante caboverdiana Mayra Andrade se toma un respiro de sus ensayos para preparar su gira veraniega europea con Gilberto Gil. Hace poco más de dos años dejó la «refunfuñona y estresada» París para anclarse a Lisboa, una ciudad por la que antes deambulaban «almas en pena» y en la que hoy brota «música, vida y sonrisas» en cada esquina. Lo hizo en Martim Muniz, un distrito con residentes de 34 nacionalidades distintas donde cada día 'el 28' se gana su reputación de tranvía sexy y legendario. En estos veintitantos meses, su piso ha duplicado su valor y una tal Madonna ha ido a verla actuar en un local de Alfama, la ha grabado y colgado en las redes. Se siente bendecida; sus amigos, lo admite, «invadidos». «Yo les digo que necesitan de los turistas para levantarse de nuevo. Mientras, por dentro, me digo 'ojalá que no les roben su espíritu y logren salvaguardar su simplicidad'».
Por tierra y por mar Portugal registró la llegada de 25,6 millones de pasajeros en vuelos comerciales en 2017. Lisboa ha dado ya luz verde a un segundo aeropuerto. En paralelo, 944 cruceros con cerca de 1,3 millones de visitantes recalaron en algún puerto del país. 330, en Lisboa; 293 en Madeira; 152 en Azores; 100 en Porto Douro y 69 en Algarve.
Más hoteles y nuevas tasas Portugal prevé inaugurar medio centenar de nuevos hoteles este año, seis más que en 2017. Lisboa concentrará el 47%, seguido de Oporto y la zona Norte, con un 21%. Desde el 1 de marzo, cada huésped paga al día 1 euro en los establecimientos de la capital; 2 euros si se aloja en un hotel de Oporto.
17,3% Es el porcentaje que el turismo supuso en el PIB luso en 2017. En dinero, 33.500 millones de euros. En España representó el 14,9%, con una aportación económica de 172.900 millones. Los expertos calculan que el porcentaje crecerá en Portugal hasta alcanzar el 20,5% este año.
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Javier Bienzobas (Gráficos) y Bruno Parcero
Melchor Sáiz-Pardo y Álex Sánchez
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