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Con el Colegio del Patriarca ocurre como tantos iconos valencianos: ese fenómeno según el cual su presencia tan familiar acaba convirtiendo su estampa y su interior en dos tesoros medio desconocidos. Casi invisibles por su permanencia discreta y sigilosa a lo largo del tiempo. Y ocurre también en este caso ese milagro tantas veces repetido en diferentes rincones de Valencia: que cuando se traspasa sus puertas, el visitante se admira de manera irremediable por tantas y tantas joyas acumuladas en estos espaciosos metros cuadrados. Un recorrido por la historia del arte que opera como una cámara de las maravillas: como si cada estancia fuera una particular muñeca rusa, todas de extraordinario encanto. De la iglesia a la capilla, del patio al museo: un majestuoso itinerario más memorable cuando nos guía nuestro particular cicerone, el estudioso Daniel Benito Goerlich. El guardián de este tesoro. El hombre que lo sabe todo sobre el Patriarca. Su conservador desde hace 30 años.
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De su mano, el recorrido por su interior se transforma en un trayecto sentimental, que pone de relieve no sólo el valor de los tesoros que custodia, sino la vigencia de la figura del patriarca Juan de Ribera, el artífice del Colegio. También salta a la vista cómo su legado y su magisterio perviven en el corazón del edificio: la ambición de orden religioso que lo erigió, congeniando con un mandato más mundano que se refleja en la instrucción académica de los colegiales que han pasado por sus aulas y que todavía se adiestran en los saberes propios de la institución.
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