BURGUERA
Jueves, 25 de septiembre 2014, 00:05
Les Corts despachó ayer más de 500 propuestas de resolución, un brutal contraste cuantitativo respecto a dos meses sin celebrar plenos y, por tanto, sin ejercer actividad legislativa y parlamentaria. La Cámara rebosó de réplicas y contrarréplicas. Hubo de todo, temas dispares, mollares y livianos. Desde una factura sobre el pago de azafatas de Fórmula 1 (a las que la diputada socialista Eva Martínez calificó de «señoritas de compañía») hasta el secular debate hídrico o los modelos de educación, pasando por la vestimenta con la que algún diputado acudió a la segunda sesión del debate del estado de la Comunitat. Entre tantas temáticas, que en decenas de casos culminaron en consenso, se incluyó la iniciativa de Compromís, a la que el PP dio su visto bueno, en la que se insta al Gobierno de Mariano Rajoy a «no indultar a ningún político condenado por delitos contra la administración o hacienda pública». Se trata de una petición que, tal y como explicó la adjunta de la coalición, Mónica Oltra, urge no admitir el indulto al expresidente de la Diputación de Castellón, Carlos Fabra, condenado por defraudar a Hacienda.
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En el apartado de no abrir la mano a los indultos hubo acuerdo. Harina de otro costal fue alcanzar un pacto sobre Sonia Castedo. Mollà (Compromís) exigió a los populares que reprobasen a la alcaldesa de Alicante, cosa que el PP no aceptó, un desacuerdo que provocó un áspero cruce de acusaciones. Fue una de las pocas réplicas tensas en un debate que en su versión vespertina empezó con dos tercios de los escaños vacíos. Arrancada de caballo matinal y parada de burro por la tarde.
Tampoco llegó a buen puerto una iniciativa socialista, presentada por Francesc Signes y que recopilaba (en realidad, calcaba, lo cual no ocultó del diputado del PSPV) el decálogo de infraestructuras fundamentales que el empresariado valenciano reivindica para la Comunitat y que «pretenden hacerle llegar a la ministra de Fomento desde el pasado 7 de julio». Las reivindicaciones de la patronal se convirtieron en un instrumento político de primer orden durante las primeras semanas del verano. En julio, socialistas y populares intentaron ofrecer el mayor cariño posible a las reivindicaciones de los empresarios, si bien es cierto que en el PP se dispararon las suspicacias al considerar que el tono de la patronal era más duro hacia el Gobierno de Rajoy que, unos años antes, frente al Ejecutivo de Zapatero. La exconsellera popular Maritina Hernández negó el apoyo de su grupo al decálogo por considerar que la reclamación de solucionar el déficit hídrico era un añadido del PSPV. Signes, sin embargo, aseguró que no le había añadido ni una coma. Nada. No hubo final feliz. Tampoco se logró llegar a un acuerdo en el modo de exigir más financiación al Gobierno central. El socialista Julián López abogó por llevar el asunto vía judicial y el popular Ricardo Costa le ofreció un estilo reivindicativo alejado de los tribunales.
Socialistas a favor de los bous
Una postura distante que se dio en los asuntos de la lengua y la identidad valenciana. La oposición eludió el debate que propuso el PP para condenar el proceso independentista catalán. No obstante, una veintena de socialistas, la mayoría del grupo, votaron a favor de la defensa de los 'bous al carrer' propuesta por el PP.
Sí hubo un encontronazo de carácter y talante cuando el popular Andrés Ballester y el diputado de EU Víctor Tormo discutieron crispadamente sobre la defensa del valenciano. El sustituto de Marina Albiol rindió tributo a los atuendos de su antecesora (no así a su oratoria, pues Tormo desplegó un discurso tres puntos por encima de deslabazado y dos por debajo de lastimoso, un desorden que Ballester asoció a un supuesto desorden mental) y lució una camiseta en la que se leía 'Barbaritat Valenciana', con el logo de la Generalitat. Ballester consideró que el diputado se rió «en esta casa, de esta casa. Desacredita a la Comunitat. Usted puede criticar al Consell pero no venir aquí con esa camiseta. Por mucho menos se ha expulsado a gente de esta Cámara». Y es que, aunque el hábito no hace al monje, hasta en las órdenes monásticas hay debates irreconciliables.
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