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José Antonio Griñán hace un comentario a Manuel Chaves en 2009, en el aniversario de la Constitución. Eran otros tiempos.
Chaves y Griñán, unidos de nuevo por Alaya tras años sin hablarse

Chaves y Griñán, unidos de nuevo por Alaya tras años sin hablarse

De ser uña y carne, el control del PSOE andaluz les enfrentó de tal modo que se dejaron de hablar. Ahora, el escándalo de los ERE vuelve a fundir sus destinos

JULIÁN MÉNDEZ

Jueves, 27 de noviembre 2014, 17:08

Seguro que los cuatro añoran todavía aquellas noches de sábado; la película en versión original en una de las salas de los Cines Avenida Cinco, muy cerca del premonitorio Puente del Santísimo Cristo de la Expiación, sobre el Guadalquivir. Y luego, una mesita en La Piamontesa, en Marqués de Paradas, un italiano decorado como un antiguo café sevillano, con sus suelos ajedrezados, sus dibujos de globos y sus antiguos afiches de moda.

Allí, ante un plato de pasta con salsa carbonara, vino y unas cañas, Manolo Chaves, Antoñita Iborra, Pepe Griñán y Mariate Caravaca de Juan, dos matrimonios maduros y austeros rodeados de un bullicioso público juvenil, intercambiaban sus cuitas y repasaban asuntos domésticos. La política, más allá de cuatro brochazos sobre algunos asuntos inmediatos, quedaba para otro día, para otros escenarios.

Antoñita y Mariate eran amigas hasta la médula. De esas que comparten códigos y conocimientos que se le escapan a la mayoría. Como sus maridos: Manolo y Pepe habían recorrido una senda común -más bien Griñán, en una suerte de seguidismo fundamental, fue ocupando, uno a uno, los puestos que dejaba vacantes Chaves-. El antiguo inspector de Trabajo, al que en Sevilla retratan como «un tío muy preparado, un genio que sabe de todo y usa citas de continuo, pero arrogante y soberbio, con salidas de tono y cambios de humor inexplicables», encontró en Manolo Chaves, el último mohicano del clan de la tortilla (los triunfadores del congreso de Suresnes), a uno de sus pocos amigos fieles.

Las parejas compartieron hasta días de vacaciones. Siempre fieles a la tierra. Manolo y Antoñita, en la playa de El Palmar, un pueblito de Cádiz pegado a Conil, y, como de costumbre, en el callejón de El Morito. Pepe y Mariate en el chalet que ponía a su disposición un amigo en San Roque, en la misma provincia.

Pero la lucha por controlar el partido quebró hace cuatro años aquella antigua camaradería y cada uno se fue por su lado. Hay quien sostiene que dejaron hasta de dirigirse la palabra; otros, que, movidos por la corrección, solo intercambiaban las frases justas desde el 'divorcio'.

Chaves y Griñán han tenido vidas paralelas. O, mejor, Griñán ha transitado por las huellas dejadas en el sendero por Chaves. En la presidencia de la Junta, donde este político nacido en Ceuta se eternizó durante 19 años, del 27 de julio de 1990 al 7 de abril de 2009, puesto que solo dejó por mandato directo de Rodríguez Zapatero y contra su voluntad. Pero también en la secretaría general del partido en Andalucía, que Chaves abandonó en 2010 para dar el relevo, claro, a Pepe Griñán. El tercer hito sucesorio afecta a la presidencia del PSOE, que el actual parlamentario por Cádiz dejó en febrero de 2012 para que el de siempre recogiera su testigo. Como escribió un articulista sevillano, «Griñán va por la vida sustituyendo a Chaves». Una evidencia a la que hay que sumar que ya ocupó la cartera de Trabajo con Felipe González (1993-1996), un puesto por el que ya había pasado su entonces colega entre 1986 y 1990.

Dos hijos de militares

Sus biografías tienen más puntos de contacto. Por ejemplo, ambos son hijos de militares franquistas. Chaves, del coronel de Artillería Antonio Chaves Plá, que ocupó el puesto de comandante en jefe de las tropas sublevadas en el norte de África. El padre de Griñán, Octaviano Griñán Gutiérrez, comandante de Infantería, fue oficial de la Casa de Franco. Y a pesar de ese abrumador pasado, ambos coincidieron en el socialismo desde el principio. Lo de Chaves fue casi prematuro, porque con 23 años ya poseía la doble militancia PSOE-UGT.

La sintonía entre aquellos camaradas aupados desde el mundo del trabajo fue inmediata. «Son gente sobria, nada amigos de los jolgorios», les retratan en Sevilla. Griñán, un tipo «raro» («crudo» que dicen por la parte de Triana), «sobrevolaba» la Junta «como una reina madre», pendiente de todo y de todos (siempre sacaba tiempo para atender una visita). Llegado al Gobierno en tiempos de Rodríguez de la Borbolla, al principio no formó parte del núcleo duro de Chaves, pero, poco a poco, su perfil tecnocrático (es inspector de Trabajo, con el número 3 de su promoción), le hizo un sitio al lado del profesor de Derecho que se doctoró con la tesis El accidente de trabajo por acto de tercero.

Manolo Chaves, hombre de pocos amigos, encontró uno solvente y sincero en Griñán. «Ha sido el único incondicional que ha tenido en el Gobierno», confirma una persona próxima a ambos. Esa sintonía personal fue capaz de sortear todos los obstáculos, pero hizo aguas cuando el PSOE de Andalucía se sorprendió al mirar sobre sus hombros y descubrir que tenía dos cabezas. Chaves en el partido. Griñán en la Junta. El relevo propuesto por el primero dejó demasiados cabos sueltos, cabos que se fueron enredando con los meses.

Con la relación hecha añicos, Pepe Griñán (que no conoce los entresijos del partido ni la importancia de los equilibrios provinciales entre Sevilla y Málaga o la necesidad de mimar las agrupaciones de Córdoba, Granada o Jaén) echó mano de Susana Díaz para que tapara las grietas de la sucesión. Él, mientras tanto, acariciaba por fin el dulce caramelo de la Junta, con un presupuesto de más de 30.000 millones de euros y un impresionante aparato de funcionarios y sociedades bajo mando socialista desde 1982. Una bicoca.

La amistad se resquebraja en todos los frentes. Mariate Caravaca, tres hijos, una mujer de esa Sevilla que se ha dado en llamar la buena, conectada con la ciudad gracias a su extensa familia (son 10 hermanos), y Antoñita Iborra, licenciada en Química y dos hijos, dejan de llamarse y de quedar. En octubre de 2010, por primera vez en su Andalucía, a Chaves, entonces vicepresidente tercero del Gobierno de Zapatero, le persiguen y le abuchean funcionarios municipales durante una inauguración en Sevilla. El colmo. Pero su mandíbula de acero, proverbial en su tierra, lo encaja todo.

Algo falla. Dos meses después salta a las portadas la primera noticia sobre un convenio de la Consejería de Empleo que habría permitido gestionar ayudas por valor de 647 millones de euros sin control administrativo suficiente. Acababa de estallar el caso de los ERE, el mecanismo puesto a punto por la Junta para evitar el estallido social de una Andalucía en crisis. «Era un fondo de reptiles, una masa económica para empresas que necesitaban respirar», según el imputado exdirector general de Trabajo, Javier Guerrero.

En estos últimos meses, y con ambos llamados a declarar como preimputados ante el Tribunal Supremo en causas separadas contra el criterio de la instructora Mercedes Alaya, los antiguos amigos parecen haber acercado sus posturas, aunque solo sea por mantener una misma línea de defensa. «En política no hay amigos. A Chaves le saludo y ya está. La política es condenadamente mala», declaró Griñán ahora hace un año, justo antes de entregar el testigo de la secretaría general del PSOE andaluz a Susana Díaz, la misma que («mano dura») ha prometido que el Gobierno autonómico no se hará cargo de su defensa si resultan imputados. «Griñán se inmoló, dejó la Junta. Y está desmoralizado por los ataques contra su persona. Ha visto que Susana no ha tenido ninguna piedad», dicen en Sevilla.

A Griñán le representa el histórico socialista José María Mohedano, mientras que a Manuel Chaves le asiste Pablo Jiménez de Parga, uno de los siete hijos del expresidente del Tribunal Constitucional. Se supone que, como siempre en sus vidas, primero declarará Chaves. Después, Griñán... aunque solo sea por una mera cuestión de orden alfabético.

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